domingo, 26 de marzo de 2023

VISIGODOS. CRONOLOGÍA.

AÑO 375 D.C.


Los hunnos, bajo el mandato de su rey Balamber, penetran en el territorio de los alanos, que se halla situado entre los ríos Volga y Don. Un grupo de superviviente alanos se integra con los hunnos, formando una especie de confederación de pueblos húnnicos, y otro huye hacia el oeste, hacia las tierras de los ostrogodos.

Diócesis de Tracia


Aunque no existe unanimidad entre los historiadores, a los hunnos se los suele emparentar con una rama de los xiongnu, antiguo pueblo de pastores guerreros y nómadas que vivían en las grandes estepas del Asia Central, en el territorio de la actual Mongolia. Dividido el pueblo xiongnu como consecuencia de sus enfrentamientos con los chinos tras el período de los Tres Reinos y, posteriormente, durante la dinastía Jin, los xiongnu del norte se desplazaron hacia el oeste y entraron en contacto con el Imperio sasánida, donde fueron llamados chionitas o, sencillamente, pueblos nómadas. Shapor II el Grande, emperador persa entre los años 309 y 379 de la Era cristiana, combatió contra ellos pero acabó firmando un pacto para atacar conjuntamente a los romanos. El historiador romano de origen griego Amiano Marcelino (330 d.C. - 400 d.C.) habla de los hunnos que luchaban junto a los persas durante el sitio de Amida, al este de la actual Turquía, en el año 360, señalando que perdieron al único hijo de Grumbates, al parecer, caudillo de los chionitas.

Estos chionitas o hunnos, asentados en las provincias más orientales del Imperio sasánida, volverían a dividirse en dos nuevas ramas, y una de ellas se dirigiría hacia el norte, hacia las estepas próximas al mar Caspio. Después, tras un período de fuertes sequías, proseguirían su desplazamiento más hacia el oeste hasta cruzar el Volga. En el territorio situado entre los ríos Volga y Don, el reino de los alanos, que estaba allí establecido, les plantó cara, pero los hunnos los destruyeron casi por completo.

Los alanos, por su parte, también llamados escitas por algunos historiadores de la antigüedad (Flavio Josefo, 37 d.C. - 101 d.C.), fueron un pueblo belicoso de origen iranio relacionado con los sármatas, a quienes Amiano Marcelino los describe como "altos y rubios, y con ojos terriblemente fieros". Sin embargo, sucumbieron ante los hunnos y tuvieron que huir de sus tierras. Siglos más tarde, acabarían estableciéndose en la península Ibérica.

Los alanos que pudieron huir, iniciaron una marcha hacia el oeste hasta toparse con otro pueblo, éste de raigambre germánica: los ostrogodos. Éstos, eran una rama de los antiguos godos que, ya a finales de la segunda centuria, y después de un largo periplo que habían iniciado desde una zona comprendida entre los ríos Oder y Vístula (actual Polonia), se habían asentado en las llanuras de Escitia, justo a orillas del Mar Negro, entre los ríos Don y Danubio.

La presión militar que sobre ellos ejercieron las tropas imperiales romanas a lo largo de los años, haría que el pueblo de los godos se dividiera en dos: los greutungos u ostrogodos, que se asentarían al este del río Dniester y que mantendrían una estructura de poder monárquica monopolizada por el clan de los Amalos, y los tervingiosvesos o visigodos que se establecerían entre el Dniester y el Danubio y cuya forma de gobierno estaría más abierta a una especie de caudillaje por parte de familias aristocráticas, entre las que destacaría la de los Baltos. Este último grupo, el de los visigodos, tendría una fuerte influencia cultural romana que les llevaría a adoptar el cristianismo, en su confesión arriana, a lo largo del siglo IV gracias a la labor evangelizadora del obispo godo Ulfila.

Los hunnos, tras atacar y destruir a los alanos, ahora hacían lo propio con los ostrogodos, que en la batalla perdieron a su rey Hermanarico. Gran parte de los ostrogodos terminaron aceptando la soberanía de los hunnos, como les ocurriera también a los alanos. Pero la presión militar de los hunnos afectaba igualmente a los visigodos, quienes sufrieron importantes pérdidas entre los miembros de su aristocracia, en un hecho que tendría consecuencias importantísimas para el destino final del Imperio romano.

De esta manera, numerosos elementos populares de ostrogodos que habían conseguido librarse de la presión húnica y, sobre todo, elementos del grupo de los godos vesios que veían amenazada su integridad y que estaban acaudillados por jefes militares como Alavivo o Fritigern, decidieron solicitar permiso al emperador oriental Valente (364 d.C. - 378 d.C.) para atravesar la frontera del río Danubio y asentarse en las tierras de Tracia, en el interior del Imperio.

En Milán, capital del Imperio romano en su parte occidental, Valentiniano I (364-375) sufre en el mes de noviembre un ataque de apoplejía. En su lecho de muerte, y aun habiendo nombrado augusto a su hijo Graciano (375 d.C. - 383 d.C.) unos años antes, manda a buscar a su otro hijo, llamado también Valentiniano, hijo de su segundo matrimonio, y lo hace proclamar también emperador (Valentiniano, 371 d.C. - 392 d.C.).

Valentiniano I, personaje rudo y casi analfabeto, pero buen cristiano y magnífico soldado, siempre había trabajado para salvaguardar las fronteras del Imperio y mantenerlas a salvo de las continuas incursiones bárbaras por el Danubio y las Galias. Justo en el momento de obtener él mismo el trono en el año 364 de manos del ejército, había nombrado augusto de la parte oriental del Imperio a su hermano Valente. Valente era feroz, arriano y tenía un aspecto físico casi esperpéntico, pero era leal a Valentiniano hasta la saciedad.

Ahora, fallecido ya Valentiniano I, tres augustos se reparten el Imperio: Valente, Graciano, que ahora es un adolescente, y Valentiniano II, un niño de cuatro años que, por razones de su corta edad, solo recibe, y de manera virtual, Italia, el Ilírico y la Libia.

Con el Imperio así organizado, en la parte occidental el poder decisorio lo detenta Graciano, aunque de una manera dependiente de otros importantes personajes de la corte imperial, como Ausonio, Teodosio, el obispo Ambrosio o el papa Dámaso

En Oriente, Valente se enfrenta al peligro de los hunnos, que se extienden peligrosamente hacia el oeste y, lo que es peor, fuerza a otros pueblos bárbaros a amontonarse en las fronteras del Imperio, creando una seria desestabilización. 

Por ello, cuando los godos solicitan su permiso para instalarse en su interior, Valente se lo concede.

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