domingo, 26 de marzo de 2023

VISIGODOS. CRONOLOGÍA.

AÑO 375 D.C.


Los hunnos, bajo el mandato de su rey Balamber, penetran en el territorio de los alanos, que se halla situado entre los ríos Volga y Don. Un grupo de superviviente alanos se integra con los hunnos, formando una especie de confederación de pueblos húnnicos, y otro huye hacia el oeste, hacia las tierras de los ostrogodos.

Diócesis de Tracia


Aunque no existe unanimidad entre los historiadores, a los hunnos se los suele emparentar con una rama de los xiongnu, antiguo pueblo de pastores guerreros y nómadas que vivían en las grandes estepas del Asia Central, en el territorio de la actual Mongolia. Dividido el pueblo xiongnu como consecuencia de sus enfrentamientos con los chinos tras el período de los Tres Reinos y, posteriormente, durante la dinastía Jin, los xiongnu del norte se desplazaron hacia el oeste y entraron en contacto con el Imperio sasánida, donde fueron llamados chionitas o, sencillamente, pueblos nómadas. Shapor II el Grande, emperador persa entre los años 309 y 379 de la Era cristiana, combatió contra ellos pero acabó firmando un pacto para atacar conjuntamente a los romanos. El historiador romano de origen griego Amiano Marcelino (330 d.C. - 400 d.C.) habla de los hunnos que luchaban junto a los persas durante el sitio de Amida, al este de la actual Turquía, en el año 360, señalando que perdieron al único hijo de Grumbates, al parecer, caudillo de los chionitas.

Estos chionitas o hunnos, asentados en las provincias más orientales del Imperio sasánida, volverían a dividirse en dos nuevas ramas, y una de ellas se dirigiría hacia el norte, hacia las estepas próximas al mar Caspio. Después, tras un período de fuertes sequías, proseguirían su desplazamiento más hacia el oeste hasta cruzar el Volga. En el territorio situado entre los ríos Volga y Don, el reino de los alanos, que estaba allí establecido, les plantó cara, pero los hunnos los destruyeron casi por completo.

Los alanos, por su parte, también llamados escitas por algunos historiadores de la antigüedad (Flavio Josefo, 37 d.C. - 101 d.C.), fueron un pueblo belicoso de origen iranio relacionado con los sármatas, a quienes Amiano Marcelino los describe como "altos y rubios, y con ojos terriblemente fieros". Sin embargo, sucumbieron ante los hunnos y tuvieron que huir de sus tierras. Siglos más tarde, acabarían estableciéndose en la península Ibérica.

Los alanos que pudieron huir, iniciaron una marcha hacia el oeste hasta toparse con otro pueblo, éste de raigambre germánica: los ostrogodos. Éstos, eran una rama de los antiguos godos que, ya a finales de la segunda centuria, y después de un largo periplo que habían iniciado desde una zona comprendida entre los ríos Oder y Vístula (actual Polonia), se habían asentado en las llanuras de Escitia, justo a orillas del Mar Negro, entre los ríos Don y Danubio.

La presión militar que sobre ellos ejercieron las tropas imperiales romanas a lo largo de los años, haría que el pueblo de los godos se dividiera en dos: los greutungos u ostrogodos, que se asentarían al este del río Dniester y que mantendrían una estructura de poder monárquica monopolizada por el clan de los Amalos, y los tervingiosvesos o visigodos que se establecerían entre el Dniester y el Danubio y cuya forma de gobierno estaría más abierta a una especie de caudillaje por parte de familias aristocráticas, entre las que destacaría la de los Baltos. Este último grupo, el de los visigodos, tendría una fuerte influencia cultural romana que les llevaría a adoptar el cristianismo, en su confesión arriana, a lo largo del siglo IV gracias a la labor evangelizadora del obispo godo Ulfila.

Los hunnos, tras atacar y destruir a los alanos, ahora hacían lo propio con los ostrogodos, que en la batalla perdieron a su rey Hermanarico. Gran parte de los ostrogodos terminaron aceptando la soberanía de los hunnos, como les ocurriera también a los alanos. Pero la presión militar de los hunnos afectaba igualmente a los visigodos, quienes sufrieron importantes pérdidas entre los miembros de su aristocracia, en un hecho que tendría consecuencias importantísimas para el destino final del Imperio romano.

De esta manera, numerosos elementos populares de ostrogodos que habían conseguido librarse de la presión húnica y, sobre todo, elementos del grupo de los godos vesios que veían amenazada su integridad y que estaban acaudillados por jefes militares como Alavivo o Fritigern, decidieron solicitar permiso al emperador oriental Valente (364 d.C. - 378 d.C.) para atravesar la frontera del río Danubio y asentarse en las tierras de Tracia, en el interior del Imperio.

En Milán, capital del Imperio romano en su parte occidental, Valentiniano I (364-375) sufre en el mes de noviembre un ataque de apoplejía. En su lecho de muerte, y aun habiendo nombrado augusto a su hijo Graciano (375 d.C. - 383 d.C.) unos años antes, manda a buscar a su otro hijo, llamado también Valentiniano, hijo de su segundo matrimonio, y lo hace proclamar también emperador (Valentiniano, 371 d.C. - 392 d.C.).

Valentiniano I, personaje rudo y casi analfabeto, pero buen cristiano y magnífico soldado, siempre había trabajado para salvaguardar las fronteras del Imperio y mantenerlas a salvo de las continuas incursiones bárbaras por el Danubio y las Galias. Justo en el momento de obtener él mismo el trono en el año 364 de manos del ejército, había nombrado augusto de la parte oriental del Imperio a su hermano Valente. Valente era feroz, arriano y tenía un aspecto físico casi esperpéntico, pero era leal a Valentiniano hasta la saciedad.

Ahora, fallecido ya Valentiniano I, tres augustos se reparten el Imperio: Valente, Graciano, que ahora es un adolescente, y Valentiniano II, un niño de cuatro años que, por razones de su corta edad, solo recibe, y de manera virtual, Italia, el Ilírico y la Libia.

Con el Imperio así organizado, en la parte occidental el poder decisorio lo detenta Graciano, aunque de una manera dependiente de otros importantes personajes de la corte imperial, como Ausonio, Teodosio, el obispo Ambrosio o el papa Dámaso

En Oriente, Valente se enfrenta al peligro de los hunnos, que se extienden peligrosamente hacia el oeste y, lo que es peor, fuerza a otros pueblos bárbaros a amontonarse en las fronteras del Imperio, creando una seria desestabilización. 

Por ello, cuando los godos solicitan su permiso para instalarse en su interior, Valente se lo concede.

sábado, 3 de abril de 2021

LA CREACIÓN DEL REINO DE ARAGÓN


Retrato idealizado de don Ramiro I de Aragón, del pintor Manuel Aguirre y Monsalbe (1822-1856)



DON RAMIRO


Ramiro, cuyas relaciones personales con su hermanastro don García (hijo primogénito de Sancho el Mayor y doña Munia, y rey de Nájera-Pamplona, del señorío de Álava y de gran parte del condado de Castilla con el nombre de García Sánchez III, 1035-1054) nunca habían sido buenas, regía los territorios del condado de Aragón aunque estaba sometido a la potestas regia de su hermano.


Para conseguir convertir en reino al antiguo condado de Aragón tenía, en primer lugar, que romper su vínculo de fidelidad con la rama legítima de su padre, la cual, a partir de 1054, estaba representaba por el hijo de don García, el rey Sancho IV Garcés, el de Peñalén (1054-1076).


Pero romperlo sin más le habría acarreado la pérdida del gobierno del condado, ya que, con muy poco esfuerzo y tiempo, los tenentes del reino lo habrían ocupado.


Ramiro necesitaba el reconocimiento papal y empezó a concebir la idea a acercarse al mismo.


POLÍTICA MATRIMONIAL


Su principal política consistió en aumentar sus dependencias territoriales, y a ello, sin duda, le ayudó su matrimonio con Gilberga de Foix, hija del conde Bernando Roger de Carcasona. Éste era conde de Couserans y de Carcasona, señor de Foix y, tras su matrimonio con Garsenda de Bigorre, conde también de Bigorre.


Gilberga, la hija de Bernardo Roger, que más tarde se cambiaría el nombre por el de Ermesinda, fue un buen partido para Ramiro, puesto que le aportó en dote un buen número de castillos y zonas enclavadas en diferentes lugares de los Pirineos.


Si el territorio original del condado de Aragón pudo haber tenido unos 600 kilómetros cuadrados, Sancho el Mayor lo había ampliado hasta unos 4.000 al añadirle la zona sur de la actual comarca oscense de la Jacetania, la zona norte de la actual comarca de las Cinco Villas (provincia de Zaragoza), la cuenca izquierda del río Gállego y una línea de fortificaciones creadas por las tenencias, desde Uncastillo y Luesia (por debajo del río Onsella, en las Cinco Villas) hasta Agüero y Nocito (en la actual comarca de la Hoya de Huesca) y Secorún (en el Alto Gállego).


Ramiro, por su parte, se adueñó de aquellas plazas que estando enclavadas dentro de su territorio no le pertenecían, como Loarre, Bailo, Ruesta y Sos.


SOBRARBE Y RIBAGORZA


A la muerte de su hermanastro, el conde Gonzalo I del Sobrarbe y Ribagorza (cuarto hijo de Sancho el Mayor), acaecida en en 1045, Ramiro usurpó sus derechos y se hizo con el control de Sobrarbe y Ribagorza. También negoció con su sobrino Sancho IV el de Peñalén (hijo de Gonzalo) el territorio de Sangüesa, con lo que sus dominios se extendieron considerablemente.


Por otra parte, acordó el matrimonio de su hija Sancha con Armengol III de Urgell y de la hija del propio conde urgelino con su hijo Sancho Ramírez, quedando establecida una sólida alianza entre el futuro reino de Aragón y el condado de Urgell, que ampliaba los territorios controlados por Aragón e impedía al conde Ramón Berenguer I el Viejo de Barcelona (1035-1076) el acceso a las tierras del Cinca.


Ramiro no ejerció como rey de Aragón, sino quasi pro rege, y en bailía de Dios y de sus santos.


Según la Crónica de San Juan de la Peña, don Ramiro murió cerca de la ciudadela musulmana de Barbastro en el año 1062, a la edad de 63 años, y fue enterrado en el Monasterio del mismo nombre después de haber "reinado" durante treinta y ocho años.


Otra fuente histórica, no obstante, las Corónicas Navarras, hacen datar el fallecimiento del rey don Romiro en Grados (Graus), en al año 1107.



SANCHO RAMÍREZ I


 Sancho Ramírez  de Aragón, hijo de don Ramiro I de Aragón y de Ermesinda de Foix 


En 1064, Sancho Ramírez I de Aragón y Pamplona logró conquistar, aunque de manera efímera, la ciudad musulmana de Barbastro, junto con el conde Armengol III de Urgell. La hazaña fue revestida con tintes de cruzada puesto que Barbastro era una ciudad importantísima por su ubicación estratégica.


En 1068 viajó a Roma para obtener el reconocimiento de la Santa Sede, la principal autoridad moral de la época, de su reducido reino pirenaico.


De hecho, fue en Aragón antes que en Castilla-León o Pamplona donde primero se introdujo el rito romano en sustitución del tradicional visigótico.


LOS TRES SANCHOS


Los tres hijos primogénitos de Ramiro, García y Fernando (a su vez, hijos de Sancho el Mayor) se llamaron Sancho, como su abuelo, y pasaron a la historia como los tres Sanchos.


Los tres primos, Sancho II Fernández de Castilla y León (también conocido como Sancho II el Fuerte de Castilla (1065-1072), Sancho IV Garcés de Pamplona, el de Peñalén, (1054-1076) y Sancho Ramírez I de Aragón (1063-1094), se enfrentaron entre ellos y, a partir de sus reinados, la hegemonía del reino de Pamplona vio su final, quedando ésta repartida entre Castilla y Aragón.


Así, Sancho el Fuerte de Castilla, ayudado por Sancho Ramírez de Aragón, marchó contra Sancho Garcés, con el objetivo de recuperar el territorio de la actual La Rioja.


Rodrigo Díaz de Vivar, que luchaba del lado del Sancho castellano, consiguió parte de dicho territorio y, a continuación, entró en la taifa de Saraqusta, sojuzgándola.


Los tres Sanchos concertaron un tratado de paz, pero tras la muerte del de Castilla (1072), su hermano y sucesor, don Alfonso VI el Bravo (rey de León desde 1065, y de Castilla a partir de 1072, hasta 1109), reanudó la guerra contra el Sancho pamplonés (en este punto, el monasterio de San Millán de la Cogolla, que siempre había estado en el punto de mira, pasó a formar parte de Castilla).


La contienda entre los primos finalizó en junio del año 1076, cuando se produjo el regicidio de Peñalén (término del actual municipio de Funes, Comunidad Foral de Navarra), en que, en un día de caza, los hermanos del rey Sancho IV Garcés de Pamplona arrojaron a éste por un precipicio.


Las consecuencias que, para el reino de Pamplona, tuvo este fratricidio y regicidio fueron desastrosas, ya que la rápida presencia de las tropas del rey castellano, don Alfonso VI el Bravo y del aragonés, don Sancho Ramírez I, hizo que los grupos nobiliarios del reino pamplonés se decantaran por uno u otro bando. Así, los linajes nobiliarios de Vizcaya y de Álava apoyaron a los castellanos, mientras que los pamploneses lo hicieron al reino de Aragón.


EL REINO DE ARAGÓN Y PAMPLONA


Las tierras del antiguo reino de Pamplona quedaron bajo la autoridad de Sancho Ramírez, el cual se tituló a sí mismo Sancius gratia Dei rex Aragonensium et Pampilunensium, convirtiéndose en rey de Pamplona con el nombre de Sancho V (1076-1094). El condado de Álava, los señoríos de Vizcaya y Guipúzcoa, los territorios riojanos y la zona de Calahorra, por su parte, quedaron bajo los dominios del rey castellanoleonés.



Como la principal causa de las desavenencias entre Sancho Ramírez de Aragón y su primo Sancho Garcés el de Peñalén era la política de presión que ambos monarcas ejercían sobre el reino de Saraqusta, al morir el de Peñalén y ser Sancho Ramírez reconocido como rey por los propios pamploneses, éste pudo ver libre su vía de actuación sobre la taifa de al-Muqtadir.


Posteriormente, en 1081, murió al-Muqtadir y su reino se dividió entre sus dos hijos, creándose así los reinos de Saraqusta y Larida, los cuales entraron, enseguida, en disputa entre sí.


La situación, favorable para Sancho Ramírez, todavía evolucionó más en su favor cuando en el año 1086 se produjo la invasión almorávide y su primo, Alfonso VI de León-Castilla, solicitó su colaboración.


El rey aragonés y su hijo Pedro, ante un cúmulo de circunstancias tan favorables, no dudaron en romper las líneas del frente e iniciar un decidido avance hacia las tierras de llanura regadas por el río Ebro, dando comienzo al proceso reconquistador en esta parte de la península.


Al este del Cinca cayeron, entre los años 1087 y 1093, Estada, Monzón, Zaidín y Almenar, cerca de Lérida, la cual estaba ya siendo asediada por el conde de Barcelona. Por el oeste, en un avance mucho más lento, se llegó hasta las proximidades de Barbastro. En Montearagón, cerca de Huesca, se estableció en 1088 una fuerte guarnición. Por la zona del Gállego los progresos fueron mayores y más rápidos, pero menos consistentes, llegando hasta las proximidades de Zaragoza en 1091.


Sancho Ramírez I, el primer rey de Aragón, murió en el año 1094 mientras ponía cerco a Huesca, pero su hijo Pedro I pudo conquistar la ciudad dos años después.


jueves, 18 de marzo de 2021

SANCHO GARCÉS III, REX IBERICUS



De Miguillen, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=8463173



En 1005, en pleno período de disgregación de Al-Andalus, se inició en Pamplona el reinado de Sancho Garcés III (1005-1035), también conocido con el nombre de Sancho el Mayor.


El monarca más poderoso de su tiempo, y al que algún obispo de la época designó como rex Ibericus, Sancho logró consolidar el reino de Pamplona convirtiéndolo en el más influyente de toda la Cristiandad española, y contuvo en los Pirineos los avances musulmanes estableciendo una línea infranqueable de castillos, desde el valle de Funes hasta Murillo de Gállego y Loarre, de suma importancia estratégica.


Estuvo emparentado por línea materna con la nobleza castellana y con la leonesa, pues su abuela, doña Urraca Fernández, era hija del conde Fernán González de Castilla (931-944) y había estado casada con los reyes Ordoño III (951-956) y Ordoño IV (958-960) de León, antes de contraer matrimonio con Sancho Garcés II Abarca (970-994) en 962.


Sancho el Mayor siempre mostró más interés por conseguir imponer su hegemonía sobre los demás estados cristianos de la península que por acrecentar los límites de su reino a costa del califato.

 

CASTILLA


Durante la primera etapa de su reino, Sancho el Mayor mantuvo estrechos lazos diplomáticos con el conde de Castilla, Sancho García (995-1017), y contrajo matrimonio en 1010 con su hija doña Munia de Castilla.


Fruto de aquellas excelentes relaciones fue que en el año 1016 el rey pamplonés y el conde castellano suscribieron un pacto de concordia et convenientia mediante la cual se delimitaba la frontera entre Pamplona y Castilla poniéndose fin, en favor de Pamplona, a la disputa sobre el control de la zona de San Millán de la Cogolla, que desde la época de Fernán González había pretendido Castilla.


Cuando en 1017 murió el conde Sancho García de Castilla, su hijo García Sánchez (1017-1028) heredó el condado y Sancho el Mayor se convirtió en el protector del condado castellano, interviniendo a favor del joven hijo de su cuñado.


LEÓN


En 1023 el rey Alfonso V el Noble de León (999-1028) enviudó de su primera esposa y se casó con doña Urraca de Pamplona, hermana de Sancho el Mayor.


El rey pamplonés se convirtió en cuñado del rey de León y la política del primero con respecto a Castilla cambió radicalmente de signo. León aspiraba a dominar los territorios castellanos que se extendían entre los ríos Cea y Pisuerga. Sancho el Mayor acordó con su cuñado no intervenir en las acciones de éste sobre dichos territorios, al tiempo que él ocupaba la comarca castellana de la Bureba y el condado leonés de Álava, desde el río Oyarzun hasta el Nervión.


Luego, como una manera de asegurar sus fronteras, dividió el condado alavés en varios territorios creando un condado alavés mucho más reducido y dos señoríos: Vizcaya y Guipúzcoa.


Poco a poco, Sancho el Mayor convirtió a los nobles castellanos en dóciles súbditos al dar cohesión al desgobierno originado en el condado de Castilla como consecuencia de la muerte del conde y la consiguiente disgregación nobiliaria, implantando el imperio de la ley y estableciendo el sistema militar de las tenencias, que tan buenos resultados le estaba dando en otros territorios (las tenencias eran las plazas fuertes en las que las personas de mayor confianza del monarca, que normalmente ocupaban cargos palatinos, gobernaban in situ en nombre del propio rey, poniendo sus tropas a su disposición cuando aquél lo requería).


Sancho el Mayor consiguió imponer su autoridad sobre Castilla y propició el cambio de nombre de su esposa, que pasaría a llamarse Mayor, en lugar de Munia.


En 1028 murió Alfonso V de León y le sucedió su hijo Bermudo III (1028-1037). Sancho, que se había convertido ya en el adalid principal de los reinos cristianos peninsulares, buscó un arreglo matrimonial entre el reino de León y el condado de Castilla. Los pretendientes serían el conde de Castilla, García Sánchez, y la hermana de Bermudo III, la infanta doña Sancha.


Al año siguiente, la comitiva que llevaba al conde castellano a León fue asaltada por los hijos del conde castellano Vela y el joven García Sánchez murió.


Sancho el Mayor, apelando a los derechos de su esposa Mayor, reclamó el condado de Castilla.


El rey pamplonés, después de apresar a los Vela, ocupó la llanura entre el Pisuerga y el Cea y, aunque Bermudo III de León, de doce años de edad, quiso encender la llama de la guerra, su regenta y madrastra doña Urraca, hermana de Sancho el Mayor, le desaconsejó. En muchos textos de la época aparece la fórmula: reinando Sancho rey en León y en Castilla...


En 1032, Bermudo, habiendo ya cumplido los dieciséis años de edad y sabido rodearse de personas más fieles a él, aproximó sus tropas a las márgenes del río Cea, donde se hallaban las del rey pamplonés.


No llegaron a batirse porque Sancho el Mayor, en un nuevo arranque de diplomacia, consiguió negociar con el rey leonés una nueva alianza matrimonial entre la hermana de éste, doña Sancha, y su propio hijo, Fernando.


La boda se celebró por todo lo alto en al año 1033, y aunque parecía que el litigio entre ambos reinos iba a llegar a su fin, no fue así.


Las luchas continuaron hasta el año 1034 en que Sancho el Mayor entró victoriosamente en León y el obispo de Astorga reconoció al nuevo soberano.


Sancho el Mayor conquistó las comarcas de Zamora y Astorga, y el rey Bermudo III se recluyó en su reino de Galicia.


RIBAGORZA


La labor de Sancho el Mayor en las comarcas del sur de los Pirineos fue enorme.


Al este de la Jacetania, territorio que inicialmente se correspondía con el condado de Aragón, existía otro núcleo cristiano, aislado y de muy difícil acceso, que estaba emplazado en la cuenca del río Cinca y que se extendía desde las mismas cumbres del Monte Perdido y del Posets hasta la antigua población romana de Boletum (Boltaña): era el condado de Sobrarbe.


Este condado, sobre el que existe muy poca información, era territorio disputado por los condes del vecino Ribagorza, y Sancho el Mayor se apoderó de él sin mayores esfuerzos.


Posteriormente, haría lo mismo con el condado de Ribagorza. Tras la muerte del conde Guillermo Isarno de Ribagorza en 1017, muerte que se produjo mientras batallaba en el Valle de Arán tratando de someter a los araneses, los musulmanes de la recién creada taifa de Saraqusta atacaron el centro y el sur del condado de Ribagorza apoderándose de las poblaciones de Roda de Isábena y Santa Liestra.


Sin un conde en el gobierno y con los musulmanes amenazando seriamente la estabilidad del condado, la nobleza ribagorzana designó entonces como condesa a doña Munia, que era biznieta del conde Raimundo II de Ribagorza y esposa del propio Sancho el Mayor.


Éste último, alegando los derechos de su cónyuge, ocupó las cuencas medias de los ríos Ésera e Isábena.


El norte fue ocupado por Raimundo III de Pallars, que era primo hermano de Guillermo Isarno de Ribagorza y estaba casado con doña Mayor, la hija del anterior conde de Castilla, García Fernández (970-995), y tía, por tanto, de doña Munia.


Cuando Raimundo III de Pallars repudió a su esposa doña Mayor de Castilla, ésta se refugió en los valles de Sos y Benasque. Entonces, Sancho el Mayor volvió a hacer prevalecer los derechos de Munia sobre el norte del condado de Ribagorza e impuso finalmente su autoridad en todo el condado pirenaico.


Doña Mayor renunció a sus derechos en favor del esposo de su sobrina y el condado de Ribagorza quedó totalmente integrado en el reino de Pamplona.


GASCUÑA


Sancho el Mayor consiguió ejercer, también, su autoridad sobre el ducado de Gascuña, en el reino franco.


El ducado de Gascuña, dividido en una serie de señoríos (Bigorre, Comminges, Bearn y Labourd), estaba ligado a la dinastía pamplonesa desde finales del siglo IX a través del casamiento de la hermana del rey Sancho Abarca con el duque de Gascuña, Guillaume I.


La alianza se realizó como medida para prevenirse de los ataques de Almanzor por parte del reino hispano-cristiano.


La relación entre Sancho el Mayor y Sancho VI de Gascuña, hijo de Guillaume I, sería muy estrecha, como lo prueban varias donaciones a monasterios realizadas conjuntamente por ambos.


Este parentesco gascón movió a Sancho el Mayor a aprovechar la oportunidad de transformar a un ducado amigo en un ducado feudatario, y la ocasión se la brindó la disputa que el duque de Gascuña mantenía con el de Tolosa (Toulouse) por el control de los señoríos de Agen, Astarac, Comminges y Couserans.


Sancho el Mayor ayudó a Sancho VI a consolidar su poder sobre los mismos y, en compensación, el duque gascón juró fidelidad al rey de Pamplona. El ducado de Gascuña se convirtió así en feudatario de Sancho el Mayor.


Pero el rey pamplonés ambicionaba más todavía, y vinculó a su reino los territorios situados al norte del río Bidasoa, creando un vizcondado en la zona del actual departamento francés de los Pirineos Atlánticos, al frente del cual instaló a un tal Lope Sánchez.


Tras la muerte del duque Sancho VI en 1032, Eudes, hijo del duque de Aquitania, heredó el ducado de Gascuña y Sancho el Mayor, que por entonces se encontraba plenamente absorbido por la campaña de León, desistió de pujar por él.


LOS HIJOS DE SANCHO EL MAYOR


Sancho el Mayor murió en 1035, un año después de haber entrado en León. Había logrado expandir el reino de Pamplona-Nájera desde el antiguo condado de Ribagorza hasta las inmediaciones del reino de Galicia.


De su matrimonio con Munia, Sancho tuvo cuatro hijos (García, Fernando, Gonzalo y Bernardo) y una hija (Jimena).


Su primogénito García recibió un reino considerablemente aumentado por la zona occidental (la Bureba, la Vétula Castilla, el condado de Álava y los señoríos de Vizcaya y Guipúzcoa).


Fernando heredó el condado de Castilla, el cual había quedado muy mermado, aunque le correspondiese la fértil llanura entre el Pisuerga y el Cea.


Gonzalo, por su parte, con título de rex, adquirió el Sobrarbe y Ribagorza.


Pero Sancho tenía otro hijo, el mayor de todos, que era bastardo porque había nacido de sus relaciones con Sancha de Aibar antes de casarse con doña Munia: se trataba de Ramiro. Éste, había llevado el título de regulus (tratamiento que los reyes pamploneses daban a sus hijos que gobernaban la parte oriental del reino, es decir, el condado de Aragón) hasta el nacimiento del primogénito legítimo, que era García.


A García (García III Sánchez), apodado el de Nájera (1035-1054), le correspondió la tarea de ejercer la soberanía sobre los territorios de Castilla, Aragón, Ribagorza y el Sobrarbe, pero mantuvo disputas con dos de sus hermanos, Fernando y Ramiro, los cuales pretendieron reclamar como reinos los condados de Castilla y de Aragón, respectivamente.


Fernando (que ostentaba el cargo de conde de Castilla) se batió contra el rey Bermudo III de León, que había vuelto a ocupar el trono leonés, y le venció en la batalla de Tamarón (1037).


Muerto Bermudo, Fernando, que a la sazón estaba casado con su hermana, se convirtió en rey de León, con el nombre de Fernando I de León. Por su pretensión de hacerse cargo de los territorios que su padre había segregado de Castilla para anexionarlos a Pamplona, Fernando I y su hermano García III entraron en guerra, y en la batalla de Atapuerca (1054) García Sánchez III de Pamplona, el de Nájera, murió.


Fernando I anexionó para su reino todo el territorio disputado y sería el padre de los futuros monarcas Sancho II Fernández de Castilla, Alfonso VI de León y García de Galicia.


En Pamplona, el hijo de García Sánchez el de Nájera ocupó el trono con el nombre de Sancho IV Garcés de Pamplona, el de Peñalén (1054-1076).



martes, 16 de marzo de 2021

LA ASOCIACIÓN AL TRONO DE WITIZA

 

Egica, tras la conjura promovida por la casta ervigiana y secundada por el obispo Sisberto, que había de ser el encargado de sacralizar al nuevo rey mediante la unción regia, quiso poner en orden las cosas antes de tomar ninguna decisión precipitada.


Lo primero que hizo fue remover el Officium Palatinum de arriba a abajo destituyendo a doce de los anteriores palatinos y nombrando a otros tantos de su más entera confianza. Luego, junto con su núcleo privado de consejeros, tomó la decisión de buscar al prelado adecuado para ocupar la sede toledana. Felix, que era obispo de Hispalis, fue el elegido.


No era el momento de vengarse cabalmente de los conspiradores. El peligro que, para el Regnum, podría entrañar una guerra civil entre facciones, con una provincia Narbonensis en la que todavía ardían las brasas de la rebelión del dux Paulo, no la hacían aconsejable. Además estaba África, donde las fuerzas del emir de Egipto, Abd al-Aziz, estaban ya a las puertas de Cartago. Y a nadie se le escapaba que si caía Cartago, caía África, que se volvería sarracena, y los árabes no eran gente que se quedarán demasiado quietos. Había que estar muy prevenido de todo aquello, por lo que en Hispania había de reinar la calma y la cohesión.


Se decidió, finalmente, convocar un nuevo Concilio general y tratar del oscuro asunto de la conspiración. Los obispos tenían que tomar cartas en el asunto y castigar ejemplarmente a Sisberto, haciéndolo el principal responsable, pero una purga demasiado agresiva en el seno de la aristocracia no era lo más indicado para garantizar la paz. Alguna pequeña sanción, algún pequeño (en tiempo) destierro para alguno de los familiares de Ervigio, pero poco más.


EL CONCILIO XVI DE TOLETUM


El Concilio XVI se inauguró el día 2 de mayo de 693 en Toletum, en la iglesia de los Santos Apóstoles. Se sancionó que todo aquel palatino que tratara de maquinar para asesinar al rey o para provocar la ruina de la patria de los godos, sería exonerado, él y sus descendientes, de todos los oficios palatinos y quedaría sujeto a esclavitud, además de ser excomulgado.


En cuanto al obispo Sisberto, se determinó la privación de su cargo, su excomulgación, y se decretó la confiscación de todos sus bienes, siendo desterrado a perpetuidad y sin recibir la comunión más que al final de su vida.


Por otro lado, se ratificó a Felix como obispo de Toletum (aunque fue él quien presidió el Concilio). E, igualmente, como la sede de Hispalis se quedaba vacante, se nombró para ella a Faustino, que ocupaba la sede de Bracara (Braga), y ésta se transfirió a otro obispo llamado también Felix, que había sido prelado de Portus Cale (Oporto) (todos ellos habían asistido al Concilio).


Sin embargo, Egica no se veía, todavía, con el respaldo suficiente del clero como para llevar a cabo una asociación al reino que contará con su más absoluto beneplácito, y aún tenía que demostrarles que estaba con ellos y que defendería a ultranza a la Iglesia católica en todos sus ámbitos.


EL CONCILIO XVII DE TOLETUM


Por eso, el monarca convocó otro Concilio general, el XVII, que se celebró en Toletum en el mes de noviembre del año siguiente (694), tan solo un año y medio después del anterior.


Y aquí, Egica retomó la espinosa cuestión de los judíos.


Ya en el Concilio anterior (el XVI) se había decretado, por expreso deseo suyo, que ningún judío que perseverase en la perfidia podría presentarse al cataplus (puerto, muelle, lonja, lugar en el que se comerciaba tras el atraque de un barco, siendo un término especialmente utilizado para las provincias orientales de Hispania: Tarraconensis y Narbonensis) ni realizar negocio alguno con los cristianos, salvo que se convirtiera a la verdadera fe católica. 


Pero ahora fue mucho más lejos e instó a los sacerdotes del reino a decretarar que todos los judíos que aún no se hubieran convertido a la religión verdadera, fueran privados de sus bienes y quedaran sujetos a perpetua esclavitud, sin que se les dejara volver al estado de ingenuidad, y que a los hijos de éstos, tan pronto como cumplieran siete años, se los separara de sus padres para siempre.


Habiendo quedado los obispos suficientemente satisfechos con las medidas antijudías sugeridas por el monarca, las cuales aceptaron totalmente y las confirmaron dándoles curso legal, Witiza, unos meses después, fue asociado al trono, hecho que ocurrió en el octavo año del reinado de Egica.


(Fotografía de Jocelyn Erskine-Kellie)

LA PRIMERA CONJURA CONTRA EGICA

 

El Canon IX del Concilio XVI de Toletum, que se inauguró el día 2 de mayo del año del Señor de 693, dice, entre otras cosas, lo siguiente:


“[…] Unde quia Sisbertus Toletanae sedis episcopus talibus machinationibus denotatus repertus est pro eo quod serenissimum dominum nostrum Egicanem regem non tantum regno privare sed et morte cum Frogello, Theodomiro, Liuvilane, Liuvigothone quoque Thecla et ceteris interimere definivit […]” (Canon IX, “De Sisberto episcopo”)


("...Y porque el obispo de la sede toledana, Sisbertus, ha maquinado para quitar de en medio al serenísimo Señor nuestro, el rey Egica, no solo para privarlo del reino, sino también para causarle la muerte, junto con Frogello, Theodomiro, Liuvilane, Liuvigothone, Thecla y otros…").


El pasaje se presta a bastante confusión, porque no se acaba de percibir claramente, en tan enrevesada redacción, si los personajes citados en retahíla iban a ser víctimas de la conspiración "junto con Egica" o, en realidad, formaron parte de la conjura "junto con Sisbertus". 


Tradicionalmente, por el motivo que sea, se ha preferido leer lo primero (en la "Colección de Cánones de la Iglesia de España y de América" así se traduce), pero nuevos estudios al respecto (ver "Notas e interpretaciones", Juan Gil Fernández, revista Habis, N° 9, 1978, entre otros) han determinado, filológica mente hablando, que, más bien, ocurrió lo segundo.


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La estrategia de Egica para deshacerse de su clan aristocrático rival dió sus frutos, porque consiguió arrinconarlos al romper él su compromiso y forzar a los obispos (al menos, a algunos de ellos) a decretar una sanción eclesiástica para apartar de la escena política a la molesta reina Liuvigoto, madre de su esposa.

 

Pero Egica no se contentaba con amarrar el poder, sino que pensaba que para él y para su clan, era mejor perpetuar su poder en la cúspide del Regnum.


Esto, contravenía, de forma flagrante, las normas de sucesión al trono, muy claramente establecidas desde el Concilio IV de Toletum. Sin embargo, en el pasado, ya se habían realizado unas cuantas asociaciones: Liuva con su hermani Leovigildo; Leovigildo con sus hijos Hermenegildo y Recaredo; Chindasvinto con su hijo Recesvinto..., la última, después de aquel Concilio.


En el reino visigodo, tanto la Corona, como la Iglesia y la aristocracia actuaban, en el plano económico, como grandes propietarios territoriales, con un elevado número de personas bajo su directo patrocinium. En el caso de la Corona, estas personas, ya fueran libres (ingenuii) o siervos (servi), trabajan las tierras fiscales y cuidaban de ellas. Por ello, los intereses de la Corona, de la Iglesia y de la aristocracia estaban siempre enfrentados. El monarca necesitaba el apoyo de los obispos y de los nobles, y los obispos y los nobles necesitaban de los favores del monarca. El rey tenía que dar y conceder a unos y a otros para aferrarse al poder político, ya que el poder político garantizaba el poder económico, y éste lo proporcionaban las posesiones territoriales, las grandes haciendas y los campos de cultivo.

 

Por eso, muy a menudo ocurría que el patrimonio privado de un monarca y el de la propia Corona se confundían en uno mismo, y cuando un linaje o clan nobiliario conseguía que alguno de sus miembros llegara a lo más alto, trataba por todos los medios de que no se interpusiera ningún otro clan.


El anuncio de la asociación al trono de Witiza, después de la serie de vejaciones infringidas a los familiares de Ervigio, fue, para estos últimos, la gota que colmó el vaso.


El acuerdo entre Ervigio y Egica para que el primero nombrara sucesor al segundo, sin duda, debió de estar fundamentado en el hecho de que del matrimonio con Cixilo naciera un hijo varón, al objeto de unir ambas castas y perpetuarlas en paz en el poder. Si Egica fue nombrado sucesor, esto es porque sí había tal hijo varón, aunque no tenía porqué tratarse de Witiza (Egica tuvo, al menos, otro hijo, según atestigua la Crónica Mozárabe de 754: Oppas).


Pocas semanas después de anunciada la decisión del rey, llegó la conspiración. 


Liuvigoto, la reina viuda, y todos los demás (entre los que se encontraba un tal Teodomiro), asistidos por el recientemente nombrado obispo metropolitano de Toletum Sisberto, maquinaron contra la vida del rey. El nuevo monarca saldría, seguramente, del clan ervigiano y Sisberto se encargaría de aplicarle la unción regia.


Las autoridades palatinas, no obstante, se hallaban sobre aviso. Era previsible la conjura y fue descubierta a tiempo. Todos los integrantes de la misma, incluida la reina viuda, fueron apresados y recluidos en mazmorras palatinas. 

Y tanto el Palatium como la ciudad entera e, incluso, todas las villas de los nobles seniores extramuros de la ciudad, fueron cabalmente registradas. El terror de las grandes purgas nobiliarias realizadas durante el reinado de Chindasvinto a mediados del mismo siglo, y que habían supuesto, según cuentan algunos, la muerte de 200 primates y 500 mediocres, sobrevolaba, de nuevo, la urbs regia.


Sin embargo, Egica se mantuvo sereno porque su estrategia era hacer las cosas bien y afianzarse el poder. Y para ello, necesitaba rodearse de su más privado grupo de fideles y obtener el apoyo del clero.