El Canon IX del Concilio XVI de Toletum, que se inauguró el día 2 de mayo del año del Señor de 693, dice, entre otras cosas, lo siguiente:
“[…] Unde quia Sisbertus Toletanae sedis episcopus talibus machinationibus denotatus repertus est pro eo quod serenissimum dominum nostrum Egicanem regem non tantum regno privare sed et morte cum Frogello, Theodomiro, Liuvilane, Liuvigothone quoque Thecla et ceteris interimere definivit […]” (Canon IX, “De Sisberto episcopo”)
("...Y porque el obispo de la sede toledana, Sisbertus, ha maquinado para quitar de en medio al serenísimo Señor nuestro, el rey Egica, no solo para privarlo del reino, sino también para causarle la muerte, junto con Frogello, Theodomiro, Liuvilane, Liuvigothone, Thecla y otros…").
El pasaje se presta a bastante confusión, porque no se acaba de percibir claramente, en tan enrevesada redacción, si los personajes citados en retahíla iban a ser víctimas de la conspiración "junto con Egica" o, en realidad, formaron parte de la conjura "junto con Sisbertus".
Tradicionalmente, por el motivo que sea, se ha preferido leer lo primero (en la "Colección de Cánones de la Iglesia de España y de América" así se traduce), pero nuevos estudios al respecto (ver "Notas e interpretaciones", Juan Gil Fernández, revista Habis, N° 9, 1978, entre otros) han determinado, filológica mente hablando, que, más bien, ocurrió lo segundo.
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La estrategia de Egica para deshacerse de su clan aristocrático rival dió sus frutos, porque consiguió arrinconarlos al romper él su compromiso y forzar a los obispos (al menos, a algunos de ellos) a decretar una sanción eclesiástica para apartar de la escena política a la molesta reina Liuvigoto, madre de su esposa.
Pero Egica no se contentaba con amarrar el poder, sino que pensaba que para él y para su clan, era mejor perpetuar su poder en la cúspide del Regnum.
Esto, contravenía, de forma flagrante, las normas de sucesión al trono, muy claramente establecidas desde el Concilio IV de Toletum. Sin embargo, en el pasado, ya se habían realizado unas cuantas asociaciones: Liuva con su hermani Leovigildo; Leovigildo con sus hijos Hermenegildo y Recaredo; Chindasvinto con su hijo Recesvinto..., la última, después de aquel Concilio.
En el reino visigodo, tanto la Corona, como la Iglesia y la aristocracia actuaban, en el plano económico, como grandes propietarios territoriales, con un elevado número de personas bajo su directo patrocinium. En el caso de la Corona, estas personas, ya fueran libres (ingenuii) o siervos (servi), trabajan las tierras fiscales y cuidaban de ellas. Por ello, los intereses de la Corona, de la Iglesia y de la aristocracia estaban siempre enfrentados. El monarca necesitaba el apoyo de los obispos y de los nobles, y los obispos y los nobles necesitaban de los favores del monarca. El rey tenía que dar y conceder a unos y a otros para aferrarse al poder político, ya que el poder político garantizaba el poder económico, y éste lo proporcionaban las posesiones territoriales, las grandes haciendas y los campos de cultivo.
Por eso, muy a menudo ocurría que el patrimonio privado de un monarca y el de la propia Corona se confundían en uno mismo, y cuando un linaje o clan nobiliario conseguía que alguno de sus miembros llegara a lo más alto, trataba por todos los medios de que no se interpusiera ningún otro clan.
El anuncio de la asociación al trono de Witiza, después de la serie de vejaciones infringidas a los familiares de Ervigio, fue, para estos últimos, la gota que colmó el vaso.
El acuerdo entre Ervigio y Egica para que el primero nombrara sucesor al segundo, sin duda, debió de estar fundamentado en el hecho de que del matrimonio con Cixilo naciera un hijo varón, al objeto de unir ambas castas y perpetuarlas en paz en el poder. Si Egica fue nombrado sucesor, esto es porque sí había tal hijo varón, aunque no tenía porqué tratarse de Witiza (Egica tuvo, al menos, otro hijo, según atestigua la Crónica Mozárabe de 754: Oppas).
Pocas semanas después de anunciada la decisión del rey, llegó la conspiración.
Liuvigoto, la reina viuda, y todos los demás (entre los que se encontraba un tal Teodomiro), asistidos por el recientemente nombrado obispo metropolitano de Toletum Sisberto, maquinaron contra la vida del rey. El nuevo monarca saldría, seguramente, del clan ervigiano y Sisberto se encargaría de aplicarle la unción regia.
Las autoridades palatinas, no obstante, se hallaban sobre aviso. Era previsible la conjura y fue descubierta a tiempo. Todos los integrantes de la misma, incluida la reina viuda, fueron apresados y recluidos en mazmorras palatinas.
Y tanto el Palatium como la ciudad entera e, incluso, todas las villas de los nobles seniores extramuros de la ciudad, fueron cabalmente registradas. El terror de las grandes purgas nobiliarias realizadas durante el reinado de Chindasvinto a mediados del mismo siglo, y que habían supuesto, según cuentan algunos, la muerte de 200 primates y 500 mediocres, sobrevolaba, de nuevo, la urbs regia.
Sin embargo, Egica se mantuvo sereno porque su estrategia era hacer las cosas bien y afianzarse el poder. Y para ello, necesitaba rodearse de su más privado grupo de fideles y obtener el apoyo del clero.
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