Allí, un poderoso Muaviyah ibn Abi Safyan (40-60 A.H./661-680), vencedor de la Primera Fitna árabe, de ascendencia siria y de la tribu de los omeyas, se había erigido en el primer califa omeya y había iniciado una segunda fase de expansión en todas direcciones, siendo sus principales objetivos el Asia Menor, la ciudad de Constantinopla y todo el norte de África, hasta sus confines más occidentales.
Como adalid de las nuevas conquistas árabes que habrían de producirse al oeste del emirato de Egipto, y que constituían los territorios de la nueva provincia musulmana de la Ifriqiya, las autoridades nombraron a Uqba ibn Nafi al-Hiri, un valeroso general islámico que ya había participado en su día, junto con su tío, Amr ibn al-As, en la conquista de Egipto.
A comienzos de la década de los años 50 (década de 670 para los cristianos), Uqba partió de Siria con 10.000 combatientes árabes y llegó hasta los áridos desiertos del oeste africano, tomando la ciudad costera de Sus. Dicen que fue él quien fundó, unas 100 millas al sur de Carthago, la ciudad de al-Qayrawan, una típica amsar árabe (“fortaleza”) ubicada al pie mismo del desierto, que se convirtió en la capital de la nueva provincia islámica y base de las futuras expediciones militares. Hizo construir una amplia muralla alrededor de la ciudad y, en su interior, levantó un lujoso palacio y una espaciosa mezquita con quinientas columnas de granito, pórfido rojo y mármol de Numidia.
En el año 55 de los árabes (675 de la era cristiana), Maslama ibn Mukhallad al-Ansari, emir de Egipto, destituyó a Uqba y, en su lugar, nombró a su esclavo Abu al-Muhajir Dinar. Maslama le aconsejó que tratara a Uqba con cortesía y deferencia, pero Al-Muhajir no le hizo caso y lo arrestó. Poco tiempo después tuvo que dejarlo en libertad, pues la presencia de Uqba fue requerida en Damasco por el califa.
Se cuenta que Al-Muhajir consiguió hacer algo que el propio Uqba no había sido capaz de hacer en sus años de mandatario de la Ifriqiya: atraerse hacia la causa musulmana a un caudillo bereber llamado Kusayla por los árabes, Aksel por los propios amazigh y Cecilio por los cristianos.
KUSAYLA
Kusayla era el caudillo de los Awraba, pueblo bereber que formaba parte del antiguo reino de Altava y era oriundo de la parte más occidental del Magreb (entre Volubilis y Taza). Los Awraba estaban integrados en una importante confederación de tribus Zenata que, desde siempre, habían luchado contra todo tipo de invasores. Habían tratado de fundar su propia nación, pero nunca lo habían conseguido, y Kusayla, el caudillo que más cerca estuvo de hacerlo, había sido durante muchos años aliado de los bizantinos.
Al-Muhajir, buen guerrero y persona hábil en el arte de la diplomacia, llegó a convencer a Kusayla de lo beneficioso que sería para su pueblo el adoptar la religión islámica y convertirse en aliados del califato, porque, de esa manera, su pueblo podría expandirse hasta más allá de las fértiles tierras de la antigua Numidia romana y convertirse en dueños de la vieja Carthago, teniendo, además, acceso a suculentos botines de guerra. Para ello, los Awraba tendrían que luchar contra sus aliados bizantinos, así como contra otras tribus bereberes hermanas, por ejemplo, los Djerawa, que eran naturales de las montañas del Aurés. Kusayla accedió, cambió de bando apoyando a los musulmanes y entró en Carthago sin apenas resistencia, pues la ciudad había quedado perdida de la mano del Imperio y se hallaba prácticamente desguarnecida.
A los turbulentos años del asesinato del emperador Constante II y la subsiguiente usurpación de Mececio, había seguido el recrudecimiento de la devastadora guerra entre los árabes de Muaviyah y los bizantinos de Constantino IV, una atroz guerra entre dos potentes ejércitos, armados hasta los dientes, que desembocó en el llamado Sitio de Constantinopla del año 54 AH (674) y que se prolongó por espacio de cuatro intensos años. Se dice que durante esta cruentísima guerra, los bizantinos comenzaron a utilizar el temible “fuego griego” y que, gracias a él, Constantinopla no cayó en manos árabes. En cualquier caso, el Imperio se centró, como no podía ser de otra manera, en defender su casa del incontenible empuje musulmán. Kusayla, pues, lo aprovechó.
UQBA IBN NAFI
Unos años más tarde, sin embargo, Al-Muhajir fue destituido. Ocurrió nada más alcanzar Yazid ibn Muaviyah (60-64 / 680-683) el trono del califato, y las autoridades volvieron a confiar el puesto a Uqba ibn Nafi.
Éste, sin demora alguna, tomó de Siria un experimentado cuerpo de ejército y marchó con él hasta al-Qayrawan, arrestando a Al-Muhajir nada más llegar. No lo ejecutó, pero lo encadenó y le obligó a acompañarle de esta guisa en sus posteriores campañas militares. Uqba no tenía intención de seguir dependiendo de las fuerzas externas de nadie y le declaró la guerra a todo pueblo bereber que pudiera existir entre la capital de su provincia y el Océano Atlántico.
Kusayla, que detentaba placenteramente un poder local y autónomo en la sufrida Carthago, se temió lo peor y se retiró todo lo deprisa que pudo hacia sus posiciones iniciales en el Magreb al-Aqsa, abandonando todo sueño de seguir siendo señor de Carthago. Y juró venganza eterna a Uqba y a los árabes.
Uqba ibn Nafi inició sus campañas militares hacia el norte y el oeste de África, aplastando a una confederación entera de tribus masmuda que habitaban la zona noroccidental del continente. Tomó Boujda y prosiguió su marcha por la costa. Llegó hasta Pomaria, la cuna de Kusayla y su gente y arrasó la ciudad con furia. No encontró la debida resistencia porque el caudillo bereber la había abandonado para reforzar sus fuerzas con otras tribus bereberes de la zona. Uqba prosiguió hacia el oeste, hacia Russadir (actual Melilla, España), y se internó en la antigua Mauretania Tingitana con el objetivo de conquistar todo el territorio hasta la misma Tingis, donde hubo de pelear denodadamente con algunas tribus masmuda locales que le impidieron el paso. Y como vio que aquella porción más occidental del territorio africano se le resistía, que él no contaba con unas huestes demasiado numerosas y que la distancia hasta su cuartel general en al-Qayrawan era ya, a estas alturas, descomunal, tomó la decisión de regresar.
En el año 63 AH (683 d.C.), mientras regresaba a al-Qayrawan, aproximadamente un año después de haber iniciado la expedición, en Tahuda, cerca de Biskra, Uqba y sus hombres fueron víctimas de una fatal emboscada que le tendió Kusayla y una extraña mezcolanza de combatientes visigodos, bereberes y bizantinos.
La muerte de Uqba significó el final de la segunda fase de las conquistas árabes por el norte de África. Y no solo concluyó, sino que también fracasó, porque Kusayla volvió a ocupar Carthago y se convirtió en su gobernador. Ahora, y desde prácticamente el año 60 AH (680 d.C.), eran los árabes los que se hallaban tremendamente ocupados a causa de la Segunda Fitna.
ZUHAIR IBN-KAYS
La Segunda Fitna, que enfrentó a los árabes del norte (caisitas) y a los del sur (yemenitas o kelbitas), mantuvo a las tribus árabes enfrascadas durante más de veinte años en sangrientas guerras, por lo que la expansión islámica quedó momentáneamente paralizada. Y no fue hasta bien entrado el reinado del califa omeya Abd al-Malik ibn Marwan (65-86 AH / 685-705 d.C.), cuando el califato decidió volver a extender sus dominios por el norte de África. Abd al-Malik nombró emir de Egipto a su hermano, Abd al-Aziz, en 66 AH (686 d.C.), y éste último colocó a Zuhair ibn-Kays al-Balawi al mando de las fuerzas que habrían de enfrentarse a los bizantinos.
Ibn-Kays desembarcó cerca de Carthago con un fuerte contingente de guerreros sirios, a los cuales se unieron nuevamente un elevado número de aliados autóctonos reclutados de la Cirenaica. Su objetivo no era otro que eliminar a Kusayla y, de paso, eliminar también todo vestigio bizantino que quedara en la ciudad y sus alrededores, puesto que éstos últimos habían vuelto a formar alianza con Kusayla. Durante algunos años, se produjeron numerosas batallas y escaramuzas entre árabes y bizantinos, sin que el triunfo se decantara por ninguno de los dos bandos.
Hacia finales de la década de los años 60 de la Hégira (década de los años 680 cristianos), Zuhair ibn-Kays logró en derrotar y dar muerte al caudillo bereber en Mamma, en una victoria que fue enormemente celebrada por los árabes. Tras ello, y desaparecido ya Kusayla, la guerra entre árabes y bizantinos se centró en Carthago, que había pasado, nuevamente, a manos de los árabes.
Las autoridades imperiales, aprovechando el hecho de que el ejército árabe se había centrado principalmente en derrotar a Kusayla y en recuperar al-Qayrawan y Carthago, enviaron a una potente flota a Barca, en la Cirenaica. Zuhair ibn-Kays se vio obligado a poner sus navíos en dirección a la misma para la provincia musulmana (que había pasado a denominarse Barqa, en referencia a la ciudad del mismo nombre). Allí, ibn-Kays fue aniquilado, junto con la guarnición musulmana, y el Imperio recuperó su vieja provincia. Y recuperó, también, y como no podía ser de otra manera, Carthago.
HASSAN IBN AL-NUMAN
Durante la década del 70 de la Hégira (690-700 d.C.) el norte de África, desde Barca hasta Carthago, ardió en llamas. El nuevo contragolpe bizantino encontró respuesta por parte de los árabes y el emir de Egipto nombró a otro general para recuperar las posiciones perdidas en África. Se llamaba Hassan ibn al-Nu’man al-Ghassani. Éste, consideraba que el verdadero problema no eran los indomables bereberes que desde el interior de las montañas del Atlas atacaban una y otra vez la Ifriqiya musulmana, sino los bizantinos, y todos sus esfuerzos se encaminaron a hacerlos salir de África.
A comienzos de dicha década, Hassan, con enormes recursos económicos y con un impresionante ejército de más 40.000 combatientes, según las crónicas antiguas, navegó hasta Barqa y derrotó a los bizantinos; después, puso rumbo a Carthago y sitió la ciudad.
En Cartago, la flota bizantina que el Imperio había enviado mando de su almirante Juan el Patricio, prefirió esperar desde el mar a que le llegaran refuerzos, mientras en el interior de la ciudad los defensores cristianos resistían como podían las furiosas embestidas de los árabes. Finalmente, los musulmanes consiguieron entrar en el interior trepando los muros de la ciudad con largas escalas, y Carthago volvió a manos musulmanas.
En 77 AH (697 d.C.), en medio de un invierno hostil, la flota cristiana desembarcó por la noche y tomó Carthago, haciendo que los árabes huyeran a al-Qayrawan, pero les duró pocos meses, porque en la primavera del año siguiente (78 AH), Hassan reforzó a su ejército por tierra y por mar, y tras una nueva batalla cerca de Utica, volvieron a derrotar a los bizantinos, siendo ahora éstos últimos los que tuvieron que huir. Juan el Patricio y su almirante, el droungarios Apsimaro, pusieron rumbo a Creta, desde donde el tal Apsimaro se rebelaría contra el Imperio auto-proclamándose emperador (Tiberio III, 698-705).
Hassan, que había recuperado Carthago por segunda vez, sabía que la guerra no estaba ganada del todo. Lo que pudieran hacer los bizantinos a partir de ahora no le preocupaba mucho, ya que el golpe de Estado de Apsimaro los iba a tener muy entretenidos. Ahora, su problema volvían a ser los bereberes. Porque con la caída de Cecilio (Kusayla) a finales de la década de los años 60, la llama de la resistencia bereber, lejos de haberse apagado, no había hecho sino prender aún con más fuerza, ya que en las montañas del Awra había aparecido en escena otro caudillo, en esta ocasión de sexo femenino, y de nombre Dihya.
AL-KAHINA
Su presencia, a lo largo de toda la década precedente, se había hecho muy de notar, y había causado grandes problemas a los ejércitos Hassan luchando por su cuenta unas veces y, otras, aliándose con los bizantinos. Además, según cuentan algunas crónicas, estaba liderando una peligrosa rebelión judaica que había causado una muy honda preocupación, no solo a los árabes, sino también a los visigodos de Hispania. A esta guerrera llamada Dihya, los cronistas musulmanes, con posterioridad, la denominarían Al-Kahina (la Profetisa).
Dihya pertenecía a la tribu de los Djerawa, tribu bereber distinta de la de los Awraba. Los Djerawa eran naturales de las estribaciones más orientales de la cordillera del Atlas, concretamente del macizo del Aurés, en el Medio Magreb (o al-Maghrib al-Awsat), mientras que los Awraba eran oriundos de la zona de Pomaria (actual Tremecén), en el Magreb Occidental (al-Magrhib al Aqsa o Lejano Magreb).
Era una mujer carismática y valerosa que, según decían, tenía los brazos y el alma de un varón. Algunos historiadores árabes dicen que, siendo joven, liberó a su pueblo de un tirano opresor al aceptar contraer matrimonio con él para después, en su primera noche de bodas, darle muerte en la cama. Dihya tenía tres hijos, uno de padre cristiano, otro de padre bereber y un tercero que no era hijo suyo, sino que era un muchacho árabe al que ella misma había capturado en una batalla y luego había adoptado como hijo. En el verano de 79 AH (698 d.C.), Dihya estaba ya liderando una confederación de tribus Zenata que se extendía por la Cirenaica, la Tripolitana y la Numidia, es decir, por toda el África bizantina, y estaba preparada para una guerra total.
Y tanto fue así, que con un poderoso contingente de guerreros, muchos de ellos montados sobre dromedarios, se presentó ante Hassan cerca del Wadi Miskiana y destrozó a sus tropas, haciendo que Hassan se replegara hacia la Cirenaica. Esta inesperada derrota de los árabes, hizo que los bizantinos recapturaran Carthago.
Pero Dihya sabía que había vencido a los árabes en una batalla, no en la guerra, y que éstos volverían tarde o temprano, por lo que previniendo el augurio, puso en marcha una calamitosa política de tierra quemada en la que, a lo largo del vasto territorio de sus dominios, numerosos cultivos y fortificaciones fueron quemadas para que no pudieran servir de sustento a los invasores islámicos.
Ante este despropósito, muchas tribus bereberes locales le retiraron el apoyo y, puestos a elegir entre Dihya, los bizantinos o los musulmanes, prefirieron pagar sus tributos a éstos últimos, pues su carga impositiva era menor. Los árabes se sirvieron de muchas de estas tribus como base de reclutamiento para sus ejércitos.
Desde Damasco, el califa Abd al-Malik, furioso por lo larga y costosa que le estaba resultando la guerra en África, decidió poner fin a la misma y le facilitó a Hassan todos los medios económicos y militares que éste necesitaba. En 80 AH (699 d.C.), Hassan, muy bien pertrechado, marchó de nuevo hacia Carthago, prácticamente abandonada por los bizantinos como consecuencia de la revuelta de Apsimaro. Esta vez, la vieja y sufrida ciudad cayó de manera definitiva en manos del califato y a Hassan solo le quedaba un problema por resolver, aunque era problema no pequeño: Dihya.
En torno al año 81 AH (700 d.C.), Hassan y sus combatientes se internaron en las montañas del Awra y, en una de sus estribaciones, se enfrentaron a un enorme ejército bereber formado por más de 12.000 combatientes, según las crónicas. Ahora, los bereberes fueron derrotados, Dihya murió y tanto sus hijos como su pueblo se convirtieron al Islam, pasando a engrosar las filas de un ejército cada vez más fuerte y numeroso. El norte de África era ya, salvo su parte más occidental, territorio musulmán. En cuanto a Carthago, y para evitar que a los bizantinos les quedaran razones para intentar recuperarla de nuevo, Hassan la destruyó y la redujo a cenizas, dejando, eso sí, un pequeño asentamiento con un puerto en su periferia que se convertiría en base de futuras expediciones bélicas.
A partir de aquí, Carthago perdió toda su preponderancia como ciudad y se convirtió en un evocador conjunto de ruinas que perduraría durante muchos siglos como símbolo de las feroces guerras del siglo VII d.C. en el norte del continente africano.
La gloria de Hassan, el general musulmán que conquistó definitivamente Carthago, pronto se vio, sin embargo, enturbiada por una serie de acusaciones de corrupción y de malversación de fondos que se vertieron sobre él. El gobernador de Egipto, Abd al-Aziz, le pidió todo tipo de explicaciones y, aunque Hassan quiso ganarse su indulgencia haciéndole entrega de sus más hermosos esclavos, finalmente fue apartado de su cargo con ignominia y reclamado desde Damasco por el califa Al- Walid ibn Abd al-Malik, que accedió al trono en el otoño del año 86 AH (705).
Ese mismo año, el gobernador de Egipto falleció -lo mismo que su hermano, el califa Abd al-Malik, que lo hizo unos meses antes. Pero antes de morir, y como el puesto de emir de la Ifrikiya había quedado vacante con la destitución de Hassan, había llamado a uno de sus libertos para ocuparlo.
Su nombre era Musa ben Nusayr.
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