En el mes de Octubre del año del Señor de 680, el noble Ervigio accedió al trono. Ocurrió cuando el rey Wamba comenzó a sentirse aquejado por una dolencia. Según refirió el propio Ervigio a los obispos reunidos en el Concilio eclesiástico celebrado en Toletum al año siguiente, Wamba pidió que le fueran aplicados el culto de la religión y la sagrada tonsura, para después mandar que se redactara un documento en el que lo nombraba su sucesor.
Esta forma de acceder al trono por parte de Ervigio parecía, a simple vista, una mera usurpación. Sin embargo, el mismo Ervigio demostró ante los santos Padres Conciliares que todo había sido perfectamente legal, pues el documento fue firmado no solo por el propio Wamba, sino también por otros miembros del Officium Palatinum, como así establecían las leyes visigodas. El problema era que las leyes también establecían que para elegir a un rey tenía que haber fallecido el anterior y, en este caso, Wamba no había muerto. La discordia en el seno de la aristocracia, por tanto, estaba servida.
El caso fue que Wamba, aún con vida, fue sustituido (si no depuesto) por Ervigio con la connivencia de una parte del Oficium Palatinum, así como del obispo metropolitano de Toletum, el ilustre Julián, que fue quien aplicó la penitencia a Wamba y, después, casi al mismo tiempo, ungió con los óleos sagrados al nuevo monarca. Wamba se recuperó varios días después, pero ya no pudo volver a reinar porque había sido tonsurado, decalvado, y convertido en sacerdote. La legislación se lo impedía. Y tuvo que retirarse, con mucha resignación, a un cenobio, al benedictino de Pamplica, donde pasó los últimos siete años de su vida.
En el Tomus regio del Concilio XII de Toletum del año 681, Ervigio esbozó las líneas principales sobre las que los obispos habrían de trabajar durante el sínodo. Lo primero fue pedir su bendición con respecto a su llegada al trono, y para ello les entregó el escrito antes mencionado en el que él mismo relataba cómo habían ocurrido los hechos. Los obispos resolvieron reconocer la autenticidad del escrito, y sancionaron que quienes recibiesen la penitencia (en clara alusión al caso de Wamba) por encontrarse “sin sentido”, debían aceptarla de manera inviolable y sin repugnancia alguna una vez recobrado el sentido perdido.
La segunda de las líneas de su política era la cuestión judía, para lo que incitaba a los sacerdotes del reino a “extirpar de raíz la peste judaica que cada día va creciendo con más furor”, según sus propias palabras. En los meses anteriores a la celebración del Concilio, Ervigio y sus scrinarii habían estado trabajando sin descanso en la redacción de veintiocho nuevas leyes antijudías, pero no las había promulgado esperando a que se pronunciaran los obispos. Éstos, siguiéndole el juego al nuevo monarca, las confirmaron sin ningún problema.
Y la tercera cuestión fue exhortarles a que corrigiesen la ley militar que Wamba había promulgado en 673. Según decía Ervigio en el tomus, aquella ley era muy injusta, pues su aplicación había hecho perder la nobleza a casi la mitad del pueblo de los godos. Los obispos decretaron que aquellas personas que habían perdido la capacidad de testificar (uno de los más importantes derechos de los aristócratas visigodos), debían recuperar dicha licencia sin ninguna dilación de tiempo.
La nueva ley militar que promulgó Ervigio nada más terminar el Concilio, y que dejaba sin efecto la del año 673, establecía también penas muy duras para quien, en caso de guerra, no se presentase en el lugar y el momento señalados, pero en ningún caso se establecía que los nobles que no comparecieran hubiesen de perder la dignidad nobiliaria de testificar en las causas en su contra.
En noviembre de 684, se celebró en Toletum otro Concilio general, el decimotercero. En él, Ervigio fue todavía más lejos en su afán de otorgar más concesiones a la nobleza. En el Tomus, pidió a los padres conciliares que decretasen la devolución de los derechos de testimonio perdidos a todo aquellos condenados en su día por unirse al tirano Paulo y expresó también su deseo de realizar una condonación de deudas para quienes tuviesen tributos atrasados con el fisco. Los obispos, dando muestras de una absoluta sintonía con el rey, además de confirmar estas dos peticiones, decretaron que ningún palatino religioso, sin manifiesto indicio de culpa, podría ser apartado del honor de su orden o rango y tendría que ser conducido, discreta y prudentemente, ante una asamblea de sacerdotes, seniores y gardingos para dilucidar su inocencia o culpabilidad.
Ervigio hizo muchas concesiones a la nobleza, pero, sin embargo, nunca dejó de temer a los clanes aristocráticos rivales, entre los cuales destacaba el de Egica, quien, al parecer, y según atestiguan varias crónicas cristianas escritas un par de siglos después, estaba emparentado con Wamba. Muestra de este temor, fueron sus repetidos intentos, plasmados en varios cánones conciliares, de proteger a su propia familia para que nadie pudiera hacerles daño. Para congraciarse con el poderoso aristócrata, Ervigio le otorgó la condición de vir illustre y lo incluyó en el Officium palatinum con el rango de comes Scanciarum et dux (conde de los Aprovisionamientos y duque).
Tan poderoso e influyente era Egica, que Ervigio consideró que la mejor solución para controlarlo era hacerlo partícipe de su propio clan aristocrático, y le ofreció en matrimonio a su hija Cixilo. El regalo, sin embargo, no le resultó gratuito a Egica, pues se le obligó a firmar un escrito en el que se comprometía, bajo juramento, a dar protección a su familia:
“Con mis parientes, hijos vuestros, que parece haber procreado de vuestra gloriosa cónyuge, la señora reina Liuvigotho, prometo mostrarme tan amigo, que los amaré sinceramente y sin doblez, jurando además vivir con ellos en dulzura y caridad todos los días de mi vida […]”
No se sabe si Egica estaba casado en ese momento o lo había estado ya con anterioridad (hay autores que sugieren que su sucesor, Witiza, era hijo de un primer matrimonio), pero Egica, ya fuera por resarcir a su pariente Wamba (si lo era) o por su natural ambición, aceptó un matrimonio político que le convertiría en el más influyente de los condes palatinos. Ervigio, por su parte, se hallaba ahora más seguro que nunca, sabiéndose bajo la protección de su querido y piadosísimo yerno.
Su muerte sobrevino dos años después, mientras se hallaba descansando en su villa privada. En su lecho de muerte, hizo llamar a los miembros de su Officium y les comunicó su decisión de nombrar sucesor a su yerno Egica.
Y fue el mismo obispo Julián, el que, en su día, aplicó penitencia a Wamba y ungió a Ervigio, quien volvió a realizar ahora la misma operación, solo que al revés. Egica, con su séquito privado, marchó a Toletum para preparar su coronación como nuevo rey de los godos y Ervigio pudo morir en paz, cosa que ocurrió en noviembre de 687.
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