EL FIN DEL CALIFATO DE CÓRDOBA
Abd al-Malik ibn Abi Amir al Muzaffar (el Triunfador), fue el hijo predilecto de Almanzor. Sucedió a su padre en el cargo de hayib y fue un administrador competente, así como un hábil diplomático, que supo contener las graves amenazas que contra el Islam representaban los reinos cristianos. Al igual que su padre, murió cuando regresaba a Al-Andalus de una campaña militar de Castilla, en el año 1008.
Su hermano, Abd al-Rahman Ibn Sanchul (por los cristianos conocido como Sanchuelo por ser nieto del rey pamplonés Sancho Garcés II Abarca), lo sucedió en el gobierno y con él se inició para el califato independiente de Córdoba un período de graves disturbios que acabaron sumiéndolo en el caos.
Una serie de medidas impopulares le hizo ganarse la enemistad de los propios cordobeses, alcanzando el máximo nivel en el año 1008, cuando Sanchuelo quiso que Hisham II lo nombrara su sucesor en el califato. Entonces se produjo un levantamiento por parte de los pretendientes de Muhammed al-Mahdi, biznieto del primer califa, y Sanchuelo fue asesinado.
Hisham II fue depuesto a continuación, pero un año más tarde recuperaría el trono ayudado por al-Walid, jefe de las tropas mercenarias eslavonas del califato.
Los disturbios en la ciudad de Kortuba continuaron debido a los enfrentamientos entre los árabes y los bereberes, quienes no apoyaban a al-Walid. En 1013, los bereberes saquearon la residencia de al-Zahira y la redujeron a escombros, mientras que en otros territorios de Al-Andalus, los jefes locales fueron asumiendo el control, dando lugar a la creación de las primeras taifas. El califa Hisham II fue, probablemente, ejecutado en 1013.
Durante el siguiente decenio, la confusión se apoderó de Kortuba, y las graves agitaciones que siguieron a estos hechos, conocidos como la Fitna de Al-Andalus, precipitaron la disgregación del califato. De 1013 a 1031, diez califas se sucedieron en el trono, algunos de ellos, por dos veces, y todos de la familia omeya excepto tres, que pertenecían a la familia de los hammudíes, de la etnia bereber.
El último califa, Hisham III al-Mutadd, también biznieto de Abderramán III, ocupó el trono en 1027, pero su incapacidad para gobernar provocó una nueva sublevación al mando de bin Jahwar, y al-Mutadd tuvo que marcharse de Kortuba. Las más importantes familias cordobesas decidieron entonces poner fin al califato y, a partir de 1031, Kortuba y su territorio pasaron a ser gobernados por un consejo de notables.
La causa principal de la ruina del califato fue la incapacidad del poder central para controlar a los diferentes grupos étnicos que habían sido importados desde los tiempos de Almanzor (los bereberes y los eslavones, principalmente).
LAS TAIFAS
El desmoronamiento andalusí producido a partir del año 1009 provocó la creación de una veintena de pequeños Estados, de muy efímera duración, llamados Taifas (en árabe, tâ’ifa, en plural, tawâ’if, significa "partido"). Su vida interna fue bastante confusa, siempre en continuos conflictos con otras taifas y enfrentados, precisamente a causa de su propia debilidad, con los reinos cristianos del norte, quienes veían a las taifas como presas fáciles y muy apetitosas para ser conquistadas y a quienes impusieron onerosos tributos anuales, las parias.
ISHBILIJA Y KORTUBA
Dentro de las taifas gobernadas por familias nobles andalusíes descendientes de antiguos conquistadores árabes, los abbadíes, de origen yemení, gobernaron en Ishbilija (Sevilla) desde el año 1023 hasta el 1091. Éstos, engrandecieron su reino anexionándose las taifas del suroeste y consiguiendo una prosperidad sin precedentes en un Al-Andalus dividido económica y militarmente. Incluso, absorbió a la taifa yahwarí de Kortuba (Córdoba), creada en 1031. Pero, a pesar del poder adquirido por la taifa sevillana, su tercer y último rey, al-Mu’tamid (1069-1091), no pudo dejar de pagar las parias al, ya para estas fechas constituido, reino de Castilla.
LA TAIFA HÛDI
En la Marca Superior, Mundir I, del linaje de los tuyibíes, declaró la independencia del reino de Saraqusta en 1018, pero en 1039, Sulayman ibn Hûd, también de origen árabe y a la sazón rey de la taifa independiente de Larida desde 1031, se apoderó de Saraqusta, convirtiendo a la taifa saraqustí en un extenso reino -la taifa hûdí- que abarcaba el valle del Ebro, Saraqusta, Larida, Weschka, al-Tutili, Kalat al-Ayub y parte de Balanshija (Valencia). Los hudíes gobernaron durante casi setenta años.
TOLAITOLA, BATALJUS, KARMUNA Y GHARNATA
De entre las taifas gobernadas por jefes militares de origen bereber, destacan la de los dûl-nuníes de Tolaitola (Toledo) o la de los aftasíes de Bataljus (Badajoz), a la que sus continuas hostilidades con la taifa de Ishbilija debilitaron tanto que la hicieron blanco fácil de los castellanos y hubieron de soportar importantes pagos de tributos. En Karmuna (Carmona) se constituyó una taifa independiente que fue gobernada por los birzalíes, también en lucha encarnizada con los abbadíes de Ishbilija. Los ziríes de Gharnata (Granada) también fueron de origen bereber.
AL-MURSIJA, AL-MARIJA, BALANSHIJA, DANNIJA Y MAYURKA
Las taifas eslavonas fueron el tercero de los grupos de reinos independientes que se constituyeron al producirse la decadencia del califato. Los eslavones se establecieron en los bordes orientales de Al-Andalus y en las islas Baleares. Así, Jayrân, un hábil jefe guerrero eslavón, se apoderó de Mursija (Murcia) tras abandonar Kortuba a causa de los disturbios de 1009 y eligió como capital a la ciudad de al-Marija (Almería). Tras su muerte, acaecida en 1028, su sucesor, Zuhayr, extendió sus posesiones hasta los confines de Kortuba y Tolaitola, y hasta Shatiba (Játiva) y Bayyasa (Baeza). Luego atacó Gharnata, pero fue derrotado y muerto en 1038. Entonces, su reino pasó a manos de Abd al-Aziz, (hijo de Sanchuelo y nieto, por tanto, de Almanzor) que se había refugiado en Balanshija y había formado un reino independiente en 1022. En 1041, Abd al-Aziz nombró gobernador de al-Marija a su cuñado Ma’n ibn Muhammad, quien proclamó la independencia de al-Marija en 1044 e inició un período de gobierno bajo la dinastía de los Banu Sumadih, de origen yemení.
Pero el más ilustre de los reyezuelos eslavones fue Muyahid al-Amiri, eslavo muy arabizado y muy afecto a Almanzor, quien creó en 1010 la taifa de Daniyya (Denia). Con una buena flota marítima de aproximadamente ciento veinte barcos, en el año 1015 la taifa de Daniyya se hizo con las Baleares y, desde allí, se apoderó también de Cerdeña, isla en la que sólo consiguió permanecer un año. Muy a menudo se enfrentó con sus vecinos de Balanshija y de al-Marija y mantuvo excelentes relaciones con los condes de Barcelona, hasta que en el año 1076, fue conquistada por Al-Muqtadir y anexionada a la taifa de Saraqusta. Sin embargo, las Baleares conservaron su independencia, creando la taifa de Mayurka (Mallorca) en el mismo año 1076, hasta que en 1116 fue ocupada por los almorávides.
En definitiva, las taifas más poderosas fueron absorbiendo a otros territorios más débiles, pero no se volvió a producir una unión andalusí, que en aquella época de finales de siglo XI parecía ya algo quimérico.
LOS REYES CRISTIANOS
El prestigio de Al-Andalus y su esplendor militar se habían eclipsado y dejado de deslumbrar a los reinos cristianos, que desde mediados de siglo habían puesto en marcha los mecanismos para la reconquista de unos territorios perdidos casi cuatro siglos atrás. Fernando I, hijo de Sancho el Mayor y rey de Castilla y de León, se apoderó de varias fortalezas obligándoles a pagar las parias y en 1064 tomó la ciudad de Kulūmriyya (Coimbra).
Su hijo y sucesor en el reino de León, Alfonso VI, supo sacar partido de las querellas de los reyes musulmanes y en 1085 entró pacíficamente en Toledo, taifa de la que desde hacía tiempo era su protector, convirtiéndose así en el primer monarca cristiano en anexionarse una provincia entera de Al-Andalus. Allí vivía una importante población de cristianos (mozárabes) y de judíos; los musulmanes que permanecieron en la ciudad (mudéjares) tuvieron que pagar el pertinente impuesto de capitación.
La presión cada vez mayor que el rey don Alfonso VI de León ejercía sobre las fortalezas enclavadas entre el reino de Toledo y la taifa de Ishbilija, a las que pedía su rendición a cambio de dejar de pagar las parias, llevó a los reyezuelos de Ishbilija, Bataljus y Gharnata a solicitar ayuda al sultán almorávide Yusuf Ibn Tasfin, el cual no se pudo negar a prestársela.
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