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A partir del último tercio del siglo IX, el condado de Barcelona consiguió prácticamente la independencia con respecto al poder franco.
Tras la muerte de Carlos el Calvo en 877, la grave anarquía en que se vio envuelto el Imperio carolingio favoreció la formación de grupos autóctonos de dirigentes, los cuales, aun reconociendo la supremacía del monarca carolingio, actuarían con total autonomía, poseyendo las tierras y los derechos públicos sobre ellas y estableciendo auténticas dinastías de gobierno.
Así, WIFREDO EL VELLOSO (878-898), que había sido nombrado conde de Urgell, Cerdaña y Conflent en el año 870 por Carlos el Calvo, obtuvo los condados de Barcelona, Gerona y Besalú en 878 (y posteriormente los de Osona y Vic) después de la rebelión de Bernardo de Gothia y su consiguiente desposesión.
Wifredo, o mejor dicho, Guiffredus, fue hijo de Seniofredo, conde de la Marca Hispánica, y de su esposa Ermesinda.
Según la Crónica de San Juan de la Peña, Guiffré tenía el apodo de Pelloso (Velloso) "porque pellos hauía en lugars do homs nondan acostupnado de hauer".
Fue el último conde de Barcelona que obtuvo el cargo de manos de los reyes carolingios y fue el precursor de la nueva dinastía condal de la casa de Barcelona.
La inestabilidad por la que atravesó el Imperio a partir de 877 favoreció la independencia de los condes del noreste peninsular. En adelante, ningún soberano franco se opondría a la sucesión hereditaria en los condados.
La obra de Wifredo el Velloso, en cuanto a la supremacía de la casa condal barcelonesa sobre otros condados próximos, fue esencial.
Consiguió ocupar la plaza de Vic en el año 879, una zona de llanura que, además de ofrecer nuevas y muy fértiles tierras de cultivo, facilitaba también la comunicación entre los condados del área montañosa y del área marítima que él gobernaba.
En esta nueva zona, conquistada a los musulmanes, se establecieron colonos procedentes de los condados de Conflent y de Cerdaña y se creó una sólida estructura eclesiástica y militar con la edificación de nuevos monasterios y castillos.
A la nueva autonomía política y administrativa conseguida por el conde Wifredo de Barcelona se unió la eclesiástica, con el objeto de sustraerse de la influencia franca de la sede de Narbona y también de la de otros condados próximos a sus dominios.
Pero si Wifredo el Velloso fue el último conde de Barcelona elegido por un monarca carolingio, su hijo y sucesor Guiffredus (WIFREDO BORRELL, 897-911), segundo hijo de el Velloso, fue el último en prestar juramento de fidelidad a la corte franca, y tras su muerte, en el año 911, la independencia de los condes de Barcelona fue ya absoluta.
A partir de 950, en los condados de la actual Cataluña se inició una intensa actividad monástica que culminó con una activa relación con la zona meridional del reino franco y con Italia.
Además, se intensificaron las relaciones comerciales con otros núcleos de población cristiana y con el mundo islámico, sobre todo, a partir de la embajada enviada por el conde Borrellus (BORRELL II, 950-993) a la corte califal cordobesa -Borrell II fue hijo de SUÑER II, 911-954, conde de Barcelona, Gerona y Osona, quien, a su vez, era el cuarto hijo de Wifredo el Velloso.
Sin embargo, en el año 985 se produjo el terrible ataque de Almanzor, con el consiguiente saqueo y devastación de la ciudad de Barcelona, que provocó un cambio drástico en la situación, un hecho que marcó profundamente las relaciones, no sólo con el califato de Córdoba, sino también con el Imperio carolingio.
Después de la brutal aceifa, el conde Borrell II buscó protección en los francos, pero éstos, en pleno período de inestabilidad política provocada por la sustitución de la dinastía carolingia por la de los Capetos en el año 988, se desentendieron totalmente.
Los lazos entre el condado de Barcelona y el Imperio se rompieron definitivamente.
En este punto, la unificación del núcleo Barcelona-Vic-Gerona en torno al conde de Barcelona se haría ya indisoluble.
En cuanto a las relaciones con Al-Andalus, el conde Borrell II solicitó una tregua a los musulmanes que, en un principio, fue aceptada, pero en el año 1001, bajo el gobierno de su hijo Raimundus (RAMÓN BORRELL, 992-1017), una nueva incursión musulmana destruyó Manresa.
Ramón Borrell respondió con un ataque contra la taifa de Lérida en el año 1003, pero el ejército califal replicó con otro ataque que destruyó diversas poblaciones fronterizas.
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