viernes, 25 de marzo de 2011

ARABIA

La península Arábiga es un inmenso rectángulo de tierra cinco veces más grande que la superficie de la península Ibérica. Está situado en la misma confluencia de Asia y África y limita al norte con el llamado Creciente Fértil (Mesopotamia, Siria y Palestina), al oeste con el mar Rojo, al sur con el océano Índico y al este con el golfo Pérsico. En casi todo su vasto territorio prevalece el desierto. El desierto de an-Nafud, al norte, y el de Rub al-Khâli, al sur, son los dos más importantes y ambos están separados por la gran meseta central de Najd. Al oeste de ella, y desde Palestina hasta aproximadamente la mitad de la península, se extiende una cordillera de unos 1.200 metros de altitud media, llamada al-Hijâz o barrera. Entre esta barrera natural y el mar Rojo, hay una estrecha franja costera por la que antaño discurría la ruta comercial de al-Hijâz, que llevaba hasta la Arabia meridional y el Yemen. Desde el extremo noreste del Yemen hasta el centro de Arabia se extendía otra ruta a través del Wadi’l-Dawasir y, desde allí, una tercera atravesaba el Wadi’l-Rumma y llevaba hasta Mesopotamia.

Arabia, enclavada en un auténtico cruce de caminos, siempre ha constituido una importante zona de tránsito entre el Mediterráneo y los países del Lejano Oriente y su historia ha estado condicionada por las vicisitudes entre Oriente y Occidente. Tradicionalmente, el pueblo árabe -pueblo semita del que se cree que comenzó a realizar las primeras migraciones hacia el norte, este y oeste de la península durante el siglo III a. C.- se divide en dos ramas principales: los árabes del Sur o yemeníes y los árabes del Norte. Los árabes del Sur provienen de la zona del actual Yemen, un territorio montañoso y relativamente bien irrigado por su lado oeste, mientras que en su zona este predomina el desierto. En la parte más occidental del Yemen floreció en su día la agricultura y en la época clásica a toda esta zona se la denominó Eudaimon Arabia (según un término acuñado por el griego Ptolomeo); en la tradición latina, se la conocía como Arabia Felix. Y brotó un reino, el de Saba, de cuya existencia hay constancia desde el siglo X a. de C.

El reino de Saba, sedentario y eminentemente agrícola, mantenía relaciones comerciales con las costas africanas y hasta finales del siglo V d. C., en que entró en declive, fue famoso en todo el mundo occidental por su elevado grado de desarrollo en la construcción de canales y diques (como el de Ma’rib, un dique gigantesco construido en el siglo VIII a. C. que daba agua a unos 100 km2 de regadío y que permaneció en pie durante casi mil años). La producción agrícola del reino de Saba se basaba en los cereales, las especias y las plantas aromáticas (sobre todo el incienso y la mirra), que eran su principal producto de exportación. El reino de Saba fue invadido por los etíopes y, posteriormente, en 575 d.C., por los persas, que lo redujeron a una satrapía.

La Arabia del Norte, en cambio, como zona eminentemente árida que era, se convirtió en tierra de nómadas y beduinos, y en sus desérticas comarcas se desarrollaron, ya desde la época de las conquistas de Alejandro Magno, algunos Estados fronterizos. El reino de los nabateos, con capital en Petra, se desarrolló entre los siglos II a.C. y II d.C., y abarcó un territorio que se extendía desde el golfo de Aqaba hasta el Mar Muerto. El comercio de las especias hizo que Petra adquiriera una gran importancia y la ciudad creció enormemente alcanzando un elevado nivel técnico de urbanización entre las duras y rojizas rocas del valle en el que se asentaba.

Por su parte, en la ciudad de Palmira, una ciudad eminentemente caravanera, surgió otro reino que estuvo situado justo en la frontera con Siria y al comienzo de la ruta comercial con el Lejano Oriente. Palmira, que fue incluida en la provincia romana de Siria por el emperador Tiberio (14-37 d.C.), se desarrolló como Estado independiente durante la segunda mitad del siglo III d.C., aunque tuvo una efímera existencia que finalizó en el año 273 d.C. cuando el emperador Aureliano la conquistó y llevó a su reina Zenobia a Roma con cadenas de oro.

Ambos reinos, el de Petra y el de Palmira, estuvieron ubicados en el corazón de las mismas rutas comerciales y Roma supo sacarles partido como Estados amigos ahorrándose la costosa tarea de tener que mantener defensas militares en las fronteras del desierto. Cuando a finales del siglo IV d.C. el emperador romano Teodosio (392-395) firmó la paz con los persas, una paz que duraría algo más de un siglo, el comercio entre Occidente y el Lejano Oriente volvió a utilizar las viejas rutas directas a través del valle del Éufrates y el golfo Pérsico. Y aunque la ruta comercial a través del occidente de la península arábiga no fue del todo abandonada, Arabia entró en un período de gran declive que hizo que desaparecieran muchos Estados fronterizos y algunas ciudades. El nomadismo se extendió por toda Arabia en perjuicio del comercio y del cultivo y se convirtió en la característica principal de la forma de vida de los árabes.

Los beduinos, que se articulaban en torno a la tribu y se mantenían unidos por lazos de consanguinidad de ascendencia masculina, hacían depender su alimentación de los rebaños que llevaban consigo y del pillaje a que sometían tanto a los pueblos sedentarios como a las caravanas que todavía osaban cruzar Arabia. La tribu se organizaba en torno a un jeque o sayyid, cuya función era más arbitrar y ser el representante del grupo antes que gobernar propiamente. Como consejero suyo había un grupo de ancianos, el maylis, que estaba formado por los cabezas de familia, y entre ellos y el propio sayyid velaban por la seguridad de la tribu y regulaban las costumbres o sunna de sus antepasados. Su religión estaba vinculada al paganismo de los antiguos pueblos semitas y adoraban a unos seres que moraban en árboles, fuentes y, sobre todo, piedras sagradas. Por encima de estos seres de culto existían algunas diosas, entre las que Mannat, Uzzá y Allat eran las más importantes. Y aún por encima de éstas, había una deidad superior: Allah. Los beduinos siempre llevaban a sus dioses particulares consigo y cada tribu tenía su propio dios, que normalmente era simbolizado por una piedra. El jeque de la tribu era también el encargado de protegerlo.

Había una excepción a la forma de vida nómada de los beduinos: el oasis. En los oasis, las comunidades sedentarias formaban una organización política concreta y los cabezas de familia más destacados se convertían en los reyezuelos de los mismos. A veces, el que gobernaba un oasis reclamaba la autoridad sobre otras comunidades tribales vecinas e, incluso, trataba de ejercer el control sobre otro u otros oasis cercanos.

El oasis más destacable de todos fue el de Kinda, situado en el norte de Arabia, y en él se desarrolló un reino que floreció entre finales del siglo V y comienzos del VI de la Era cristiana. El reino de Kinda extendió su influencia por toda la zona de los Estados fronterizos y fue tan famoso y poderoso que dejó una huella imborrable en la poesía árabe. De hecho, las tribus árabes poseían una lengua poética común, independiente de los dialectos locales, la cual unía a las diferentes tribus en una única tradición que se transmitía de manera oral. La época dorada del oasis de Kinda y los gratos recuerdos que el mismo evocaba, estuvieron siempre presentes en una poesía que alcanzó su grado de madurez durante el siglo VI d.C.

Pero Arabia, a pesar de su declive, no se hallaba completamente aislada del mundo exterior. A la sombra de los dos grandes Imperios, el de Persia y el de Bizancio, surgieron algunos Estados que, como en la época del Imperio Romano, tenían carácter fronterizo. Tales fueron el reino de los gasánidas, en la frontera con Siria, que fue reconocido por Bizancio, o el de Hira, situado más al este, que fue vasallo de los emperadores sasánidas de Persia.

En el año 502 d.C., la larga paz entre Bizancio y Persia llegó a su fin y comenzaron una serie de largas guerras entre ambos imperios que no terminaron hasta el año 628 d.C., en que el emperador bizantino Heraclio tomó Ctesifonte, la capital del Imperio persa. La reanudación de los conflictos entre los dos potentes imperios durante todo el siglo VI y parte del VII, hizo que las rutas de comercio tradicionales se hicieran impracticables de nuevo, con lo que la vieja ruta a través de la Arabia occidental hasta el Yemen, donde acudían buques indios a cargar mercancías para transportarlas a Oriente, volvió a ser de vital importancia. Esta ruta la pretendieron controlar tanto los bizantinos como los persas y hasta los etíopes, pero fue, sin embargo, la ciudad de La Meca, una ciudad nacida en la confluencia de varias rutas comerciales a través de Arabia, la que consiguió hacerse con el control absoluto de la misma.

La Meca, ubicada al sur de la cordillera de al-Hijâz y a escasos kilómetros de la costa del mar Rojo, se había convertido en una ciudad de enorme importancia. Aunque los beduinos eran nómadas, algunos grupos se habían asentado en las zonas próximas a donde desarrollaban su actividad, y se crearon ciudades con un tipo de organización social más avanzada. La Meca fue el ejemplo más claro. Surgió en el punto de parada de la ruta comercial de las especias y desde allí partían otras rutas hacia el este de Arabia. Era un lugar idóneo para intercambiar productos comerciales, pero también ideas.

Antes del Islam, La Meca fue ocupada por la tribu de quraishi, que se dedicaba exclusivamente al comercio. Los quraishi o coraichitas mantenían excelentes relaciones comerciales con Bizancio, Persia y Etiopía y, dos veces al año, enviaban grandes caravanas comerciales cargadas con todo tipo de productos, sobre todo especias y plantas aromáticas. Cerca de La Meca se celebraban ferias muy importantes, como la de Ukaz, que contribuyeron a extender el prestigio de la ciudad entre los diversos grupos nómadas que recorrían Arabia. Los coraichitas se convirtieron en la aristocracia comercial de la ciudad y desarrollaron las funciones de caravaneros, contratistas o negociantes. Los nuevos mercaderes que llegaron del exterior y se asentaron en La Meca formaron otro grupo menos numeroso y más humilde que los propios coraichitas, y se les denominó coraichitas del exterior; por otro lado, las tribus beduinas que se iban asentando en las afueras de la ciudad pero eran dependientes de la aristocracia de los coraichitas, formaron el grupo de los árabes de quraishi. La autoridad política de La Meca era ejercida por el grupo denominado mala, que sería el equivalente al maylis tribal, y lo integraban los jeques de las principales familias de mercaderes de la ciudad. Tal fuerza y prestigio llegó a adquirir La Meca que, dentro de ella, un santuario local llamado Caaba se convirtió, con el paso de los años, en el lugar de peregrinación por excelencia de la península arábiga, una peregrinación que se hacía coincidir con la feria anual más importante del año.

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