sábado, 16 de abril de 2011

EL CONDADO FRANCO DE BARCELONA


La pretendida toma de Saraqusta por Carlomagno y el posterior fracaso de su expedición en Roncesvalles, echaría al traste los sueños de expansión carolingia hacia el interior de la península Ibérica. Sin embargo, los problemas internos del propio emirato de Córdoba y los deseos de independencia de la antigua nobleza visigoda de los territorios del noroeste peninsular, harían que a partir del año 781, cuando fue restituido el reino de Aquitania en la figura de Luis I (Luis el Piadoso), hijo de Carlomagno y futuro emperador, dicha expansión, más limitada pero también más segura, fue llevada a cabo.


LA MARCA HISPÁNICA


El reino de Aquitania tenía la misión específica de crear una barrera defensiva al sur de los Pirineos sobre unas bases lo más firmes posibles. Por todo el noreste de la península Ibérica, se fueron creando paulatinamente una serie de condados los cuales no estaban unificados administrativamente entre ellos, sino que, para su gobierno, se designaron a unos condes que unas veces eran francos y otras autóctonos. La Marca Hispánica o Gothia llegó a extenderse por toda la zona meridional de los Pirineos, desde Pamplona hasta el mar Mediterráneo y desde el Rosellón hasta Barcelona.


Sin embargo, la Marca Hispánica, siendo que se estableció en tales términos, no era un marquesado al uso ya que, al frente de la misma, no había un marqués propiamente dicho. En un cartulario enviado en 812 por el emperador y dirigido a ocho condes de la Marca ("Berane, Gauscelino, Gisclafredo, Odilone, Ermengario, Ademaro, Laibulfo et Erlino comitibus"), sugiere la idea de que cada uno de esos condados estuvo gobernado de manera separada por un comites y no conjuntamente por un marqués.


El primero de los condados que se creó fue el de Gerunda (Gerona), en el año 785. Allí, algunos miembros de la antigua nobleza visigoda se rebelaron contra los árabes y entregaron la ciudad a Carlomagno. Se nombró conde a un tal Rostan y el condado de Gerona asumió también el control del pagus (distrito territorial de origen romano) de Bisuldunum (Besalú) y la zona de Emporiae (Ampurias). Como reacción a este hecho, Hisham I atacó a la Septimania en 793, y Carlomagno se afirmó en la necesidad de afianzar su influencia al sur de la cordillera.


Pero la iniciativa militar de Carlomagno, estuvo acompañada de otra en el ámbito religioso, de forma que los obispos y monjes francos iniciaron una intensa labor evangelizadora en el pagus de Urgel, dependiente del condado de Tolosa, y su Iglesia se hizo depender de la diócesis de Narbona.


A continuación, se sublevaron Urgel y Cerdaña y se crearon sendos condados: el Urgellensis y el Cerdaniensis, los cuales, al principio estuvieron unidos por la auitoridad de un mismo conde: Borrellus Ausoniae (Borrell de Osona).


En 798, el ejército carolingio penetró en la península y logró controlar las comarcas de Urgelliensis, Pallariensis y Riparcutiae (Ribagorza), por el este, y Iacca (Jaca), más hacia el oeste, donde fue establecido el conde franco Aureolo para vigilar a las plazas musulmanas de Wasqa (Huesca) y Saraqusta (Zaragoza). Incluso en Pampilona (Pamplona) llegaría a instalarse un gobierno afín al rey carolingio.


Llegado a este punto, y seguramente en connivencia con algunas autoridades musulmanes contrarias al emir cordobés, los francos avanzaron más hacia el sur oriental intentando la toma de ciudades más importantes como Larida (Lérida), Wasqa, Barshilūna (Barcelona) o Turtusha (Tortosa).


De todas ellas, solamente Barcelona cayó bajo la órbita del monarca cristiano, instalándose como gobernador al conde Bera, un magnate godo de la zona del Rosellón. Esto ocurrió en el año 801, siendo ya emperador Carlomagno.


Al fracaso, por parte de los francos, de controlar ciudades como Lérida, Tortosa y Huesca se unió en 803 la ciudad de Pamplona, en la que una poderosa familia vascona, los Arista, ayudados por los Banu-Qasi de Zaragoza, opusieron resistencia tanto a los francos como a los musulmanes.


Finalmente, en 812 el emir cordobés al-Hakam I (796-822), en un acuerdo con los carolingios, se vio forzado a reconocer la soberanía franca en aquellas plazas conquistadas y sus zonas de influencia en los valles pirenaicos más orientales, Gerona, Barcelona, parte del Sobrarbe, Pallars y Aragón, donde ya se había instaurado un condado bajo el gobierno del franco Aznar Galindo.


Poco después, Luis I penetró con un ejército en los Pirineos navarros e impuso en Pamplona un gobierno afecto, al mando del gascón Velasco.


Sin embargo, el clima de inestabilidad que se vivió en el Imperio a partir de la muerte de Carlomagno y, sobre todo, a partir del Tratado de Verdum de 843, provocó que el equilibrio franco conseguido en toda la zona pirenaica comenzara a sufrir una aguda crisis.


Los condes autóctonos que profesaban poca fidelidad al Imperio fueron sustituidos por otros de procedencia franca, como es el caso de Bernardo de Septimania.


Luego, con la entrada en escena de Carlos el Calvo como soberano de todo el antiguo reino franco, muchos fueron depuestos y en su lugar fueron instalados otros más afines a su política.


En cualquier caso, la evolución de estos condados hacia el deseo de obtener una mayor autonomía o independencia, variaba según fueran las características propias de cada uno de ellos, atendiendo a su situación meramente geográfica.


EL CONDADO FRANCO DE BARCELONA


Constituido en el año 801, en que fue establecido para su gobierno al conde Bera, el condado de Barcelona, al igual que le ocurrió al resto de los condados carolingios peninsulares, inició desde el primer momento de su creación un proceso de liberación de la influencia del Estado que los había creado.


Por su carácter fronterizo y por la necesidad de reforzar sus defensas frente a los musulmanes de Al-Andalus, poco a poco fue ocupando una posición de preeminencia sobre los otros condados de la región hasta alcanzar al final una autonomía plena con respecto al poder de los carolingios.


Este proceso se inició ya en la primera mitad del siglo IX, en el mismo momento en el que empezó a flaquear el Imperio carolingio. Los intentos de independencia política del conde Bera obligaron a Luis el Piadoso (emperador desde 814) a cambiar su política con respecto a los condados de la Marca Hispánica e instalar al frente de ellos a magnates francos o, por lo menos, a personajes de muy probada lealtad.


EL CONDE BERA


El conde Bera, posiblemente de origen godo, gobernó Barcelona desde 801 hasta 820, y fue también conde de Gerona, de su pagus Besalú, de Rasez (región situada al suroeste del actual departamento de Aude) y de Conflent (comarca del sur de la actual Francia).


Según un cartulario de la época, Bero fue hijo de Guillaume, conde de Tolosa y Marqués de Septimania, y en la Vita Hludowici Imperatores se señala que a un Bera comites se le entregaron para su gobierno los territorios que les fueron conquistados a los sarracenos en el año 801.


La Vita Hludowici Imperatores se refiere a él como Bera comites Barcinonensis, y los Annales regni Francorum, revisados por el abad Eginardo, se señala que el conde Bera fue derrotado en un combate a caballo por aquellos que le habían acusado de fraude y traición.


El conde Bera participó durante varios años en las diferentes expediciones que se organizaron a fin de ampliar los límites del condado hasta las márgenes del río Hiberus (Ebro), y se ganó el prestigio entre la nobleza visigoda local al sofocar un intento musulmán de conquistar Barcelona. Sin embargo, se ganó la enemistad de otros nobles francos que lo acusaban de infidelidad a la causa carolingia.


En el año 820, en una Asamblea celebrada en Aquisgrán, Bera fue declarado culpable de los cargos de traición y condenado a la pena capital. La pena le fue conmutada por el propio Luis el Piadoso, aunque no se libró del exilio.


Sus dominios se dividieron y Barcelona, Gerona y Besalú fueron confiados al franco Rampón, que gobernó los condados entre 820 y 826.


BERNARDO DE SEPTIMANIA


A la muerte de Rampón, acaecida en 826, Luis el Piadoso designó a Bernardo de Septimania, hijo del conde Guillermo I de Tolosa, como nuevo conde de Barcelona.


Una de sus primeras tareas fue de parar nuevamente a los musulmanes que en connivencia con algunos elementos de ascendencia goda pretendían recobrar la plaza barcelonesa. Su prestigio creció tanto como consecuencia de sus éxitos militares que en poco tiempo fue honrado por Luis el Piadoso con el gobierno de nuevos territorios, como Narbona, Béziers, Agde, Nimes y Uzès.


Tanta confianza mostró el emperador por Bernardo de Septimania que lo llamó a la corte para sustituir a su hijo Lotario, el cual se había convertido en rey de Italia. Según la Gesta Francorum (escrita hacia el año 1100), Barnhardus comes Barcinonensis fue nombrado camerarius de palacio en el año 829.


Sin embargo, en la corte le crecieron los enemigos, que difundieron el rumor de que mantenía ciertas relaciones con la emperatriz Judith, segunda esposa de Luis el Piadoso y madre de Carlos el Calvo, cuarto hijo del emperador. Los tres hijos de Luis y de su primera mujer, Lotario, Luis el Germánico y Pipino I, dieron crédito a esos rumores y Bernardo tuvo que abandonar la corte.


La Vita Hludowici Imperatoris indica que Bernhardus tuvo que marcharse al exilio en España y fue privado de sus honores en el año 831.


En ese mismo año 831, el emperador realizó una segunda repartición del Imperio entre sus hijos (la primera data del año 816), en la cual a Carlos el Calvo se le atribuyeron Septimania y Gothia. Bernardo de Septimania trató de acercarse tanto a Carlos como a Luis, pero su estratagema no dio los frutos esperados y optó por cambiar de bando.


A finales de año, Pipino I de Aquitania se rebeló contra su padre y Bernardo de Septimania secundó la revuelta.


El conde de Tolosa, Berenguer, se mantuvo leal al emperador y penetró en los dominios de Bernardo. Pipino I y Bernardo, que había unido sus fuerzas, fueron derrotados y comparecieron ante el emperador: Pipino I fue destituido de su reino, que pasó a manos de Carlos el Calvo, y Bernardo de Septimania fue desposeído de todo su territorio, que quedó en manos del conde Berenguer de Tolosa.


Pero Bernardo siguió apoyando a Pipino en las luchas que éste mantuvo a lo largo de los años treinta: primero en favor de su hermano Lotario y en contra de su padre (año 833) y, después, al año siguiente, en favor de su padre y en contra de Lotario (año 834).


Bernardo de Septimania, fiel aliado de Pipino I, reclamó que le fueran restituidos sus dominios, que seguían en manos de Berenguer de Tolosa, que siempre se había mantenido fiel al emperador. Éste se encontró ahora ante un grave aprieto, pero la muerte repentina de Berenguer solucionó el problema. Los condados de Tolosa, Narbona, Carcasona y Barcelona volvieron, de nuevo, a Bernardo de Septimania, que se convirtió, así, en uno de los personajes con más poder del momento.


Sin embargo, Bernardo volvió a actuar enérgicamente granjeándose la enemistad de la población autóctona, a la que se puso de nuevo en contra.


En 838 falleció Pipino I y Luis el Germánico fue nombrado rey de Aquitania. Los nobles aquitanos aclamaron a Pipino II, hijo de Pipino I, y estalló una nueva guerra civil. Lotario se alió con el emperador, Pipino II fue desheredado y el Imperio se dividió en dos partes: Francia orientalis y Francia occidentalis. Lotario escogió la oriental y Carlos el Calvo la occidental.


En 840, Luis el Piadoso marchó contra los nobles aquitanos favorables a Pipino II y les obligó a reconocer a Carlos el Calvo como monarca legítimo, poniendo fin a la guerra civil.


Pero unos meses después (841), Luis el Piadoso falleció y estalló nuevamente un conflicto sucesorio. Ahora, Bernardo de Septimania participó muy activamente dejando que sus territorios fueran administrados por vizcondes. Prometió a Carlos el Calvo que conseguiría la sumisión de Pipino II de Aquitania, pero no cumplió su promesa. Los miembros de la antigua casa de Carcasona, sin embargo, se mantuvieron leales a Carlos el Calvo y, tras la campaña de Aquitania del año 842, Carlos destituyó a Bernardo del condado de Tolosa y se lo entregó a Acfredo I de Carcasona.


Tras la firma del Tratado de Verdum del año 843, en que el Imperio fue finalmente repartido entre Lotario, Luis el Germánico y Carlos el Calvo, heredando, éste último, toda la Francia Occidentalis (que comprendía, prácticamente, toda la Francia actual, incluida Septimania y la Gothia), Carlos el Calvo capturó finalmente a Bernardo y lo hizo ejecutar, tal como establecen diversas fuentes, entre ellas los Annales Bertianini o los Gesta Francorum.


En 844, el sucesor de Bernardo fue Sunifredo, de la casa de Carcasona, que se convirtió en el nuevo conde de Barcelona y del resto de los condados de la Septimania y de la Gothia.


GUILLERMO DE SEPTIMANIA


La política de colocar al frente de los condados de la Marca Hispánica a importantes magnates francos procedentes de las más altas instancias nobiliarias del Imperio, política que inició desde el primer momento Luis el Piadoso, no dio sus frutos.


Guillermo de Septimania fue hijo de Bernardo y Doda, que escribió un Speculum u obra que muestra un retrato moral a seguir por sus hijos Willelme (Guillermo) y Bernardo.


Guillermo, que había sido el protegido de Luis el Piadoso y, por ello mismo, se había mantenido muy próximo a Carlos el Calvo, se alió en 844 con Pipino II de Aquitania después de la destitución y ejecución de su padre (Bernardo de Septimania) y recibió, de manos suyas, el condado de Tolosa.


Al año siguiente (845), los normandos atacaron los condados Wasconiae y Burgalensis, y Guillermo acudió para hacerles frente, ocupando, a continuación, la jefatura de dichos territorios.


En 847, los normandos volvieron a atacra Burdeos y, tras un largo asedio, conquistaron la plaza, siendo apresado Guillermo antes de que Carlos el Calvo acudiese en defensa de Guillermo. Pipino II, se mantuvo al margen de la lucha contra los normandos y se ganó la enemistad de muchos nobles locales, que pasaron a prestar su apoyo a Carlos el Calvo para que éste recobrase el reino de Aquitania.


Guillermo, liberado gracias a un acuerdo entre Pipino II y los normandos, marchó hacia el sur y, tras enfrentarse a Sunifredo, consiguió hacerse con el control de los condados de Barcelona y Ampurias, gracias también al apoyo recibido por una parte de la nobleza local.


LOS ÚLTIMOS CONDES FRANCOS DE BARCELONA


En 849, Carlos el Calvo atacó la Septimania, y nombró a un personaje de probada lealtad, Alerán, como nuevo conde de Barcelona y Ampurias, además de marqués de Septimania.


Entonces, Guillermo solicitó ayuda al emir Abderramán II (822-852), quien marchó contra Barcelona y Gerona. Los refuerzos enviados por Carlos el Calvo resultaron suficientes para restaurar el orden y Guillermo fue apresado y ejecutado.


ALERÁN recobró el condado, pero un año después los árabes volvieron a atacar Barcelona y Alerán murió.


El sucesor de Alerán fue un noble franco llamado ODALRICO, que fue conde de Barcelona entre 852 y 857.


Las pugnas en el seno de la familia carolingia prosiguieron sin tregua y, cuando Luis el Germánico pretendió hacerse con el control de Aquitania, Odalrico participó en su ayuda. Este hecho y su incapacidad para contener a los musulmanes que seguían intentando reconquistar Barcelona llevaron a Carlos el Calvo a destituirlo.


En su lugar instaló a HUNIFREDO, en el año 858, como conde de Barcelona, Gerona, Ampurias, Rosellón, Tolosa y Narbona, pero la lealtad mostrada por éste último hacia Carlos el Calvo, que continuaba defendiendo con saña sus dominios de la ambición desmedida de sus hermanos y sobrinos, así como de los normandos, al final se trocó en una seria conspiración.


Carlos el Calvo, en 864, procedió también a su destitución para nombrar, a continuación, a BERNARDO DE GOTHIA, hermano del difunto Guillermo de Septimania e hijo de Bernardo. Bernanrdo de Gothia fue otro franco, de muy noble ascendencia, que al final demostró tener muy turbias intenciones pues lideró una rebelión contra Carlos el Calvo a causa del nombramiento por parte de éste último, del obispo Frotario de Bourges.


FUENTES


"Romanismo y Germanismo. El despertar de los Pueblos Hispánicos" Tomo II. J.José Sayas Abengoechea y Luis A. García Moreno. Historia de España dirigida por Manuel Tuñón de Lara. Ed. Labor.


"Atlas de Historia de España", Fernando García Cortázar, Círculo de Lectores.


"Atlas histórico de España y Portugal", Julio López-Davalillo Larrea, Ed. Síntesis, S.A., Madrid, 2000.


"Historia general de la Alta Edad Media", Editorial Mayfe, 1984, José Antonio García de Cortázar y Ruiz de Aguirre.

"Historia de la Edad Media", Ariel Historia, 1992, S. Claramunt, E. Portela, M. González y E. Mitre.


Wikipedia.


"Foundation for Medieval Genealogy":

http://fmg.ac/Projects/MedLands/index.htm





sábado, 9 de abril de 2011

LOS PRIMEROS REINOS DE TAIFAS.-




EL FIN DEL CALIFATO DE CÓRDOBA

Abd al-Malik ibn Abi Amir al Muzaffar (el Triunfador), fue el hijo predilecto de Almanzor. Sucedió a su padre en el cargo de hayib y fue un administrador competente, así como un hábil diplomático, que supo contener las graves amenazas que contra el Islam representaban los reinos cristianos. Al igual que su padre, murió cuando regresaba a Al-Andalus de una campaña militar de Castilla, en el año 1008.


Su hermano, Abd al-Rahman Ibn Sanchul (por los cristianos conocido como Sanchuelo por ser nieto del rey pamplonés Sancho Garcés II Abarca), lo sucedió en el gobierno y con él se inició para el califato independiente de Córdoba un período de graves disturbios que acabaron sumiéndolo en el caos.


Una serie de medidas impopulares le hizo ganarse la enemistad de los propios cordobeses, alcanzando el máximo nivel en el año 1008, cuando Sanchuelo quiso que Hisham II lo nombrara su sucesor en el califato. Entonces se produjo un levantamiento por parte de los pretendientes de Muhammed al-Mahdi, biznieto del primer califa, y Sanchuelo fue asesinado.


Hisham II fue depuesto a continuación, pero un año más tarde recuperaría el trono ayudado por al-Walid, jefe de las tropas mercenarias eslavonas del califato.


Los disturbios en la ciudad de Kortuba continuaron debido a los enfrentamientos entre los árabes y los bereberes, quienes no apoyaban a al-Walid. En 1013, los bereberes saquearon la residencia de al-Zahira y la redujeron a escombros, mientras  que en otros territorios de Al-Andalus, los jefes locales fueron asumiendo el control, dando lugar a la creación de las primeras taifas. El califa Hisham II fue, probablemente, ejecutado en 1013.


Durante el siguiente decenio, la confusión se apoderó de Kortuba, y las graves agitaciones que siguieron a estos hechos, conocidos como la Fitna de Al-Andalus, precipitaron la disgregación del califato.  De 1013 a 1031, diez califas se sucedieron en el trono, algunos de ellos, por dos veces, y todos de la familia omeya excepto tres, que pertenecían a la familia de los hammudíes, de la etnia bereber.


El último califa, Hisham III al-Mutadd, también biznieto de Abderramán III, ocupó el trono en 1027, pero su incapacidad para gobernar provocó una nueva sublevación al mando de bin Jahwar, y al-Mutadd tuvo que marcharse de Kortuba. Las más importantes familias cordobesas decidieron entonces poner fin al califato y, a partir de 1031, Kortuba y su territorio pasaron a ser gobernados por un consejo de notables.


La causa principal de la ruina del califato fue la incapacidad del poder central para controlar a los diferentes grupos étnicos que habían sido importados desde los tiempos de Almanzor (los bereberes y los eslavones, principalmente).


LAS TAIFAS

El desmoronamiento andalusí producido a partir del año 1009 provocó la creación de una veintena de pequeños Estados, de muy efímera duración, llamados Taifas (en árabe, tâ’ifa, en plural, tawâ’if, significa "partido"). Su vida interna fue bastante confusa, siempre en continuos conflictos con otras taifas y enfrentados, precisamente a causa de su propia debilidad, con los reinos cristianos del norte, quienes veían a las taifas como presas fáciles y muy apetitosas para ser conquistadas y a quienes impusieron onerosos tributos anuales, las parias.


ISHBILIJA Y KORTUBA

Dentro de las taifas gobernadas por familias nobles andalusíes descendientes de antiguos conquistadores árabes, los abbadíes, de origen yemení, gobernaron en Ishbilija (Sevilla) desde el año 1023 hasta el 1091. Éstos, engrandecieron su reino anexionándose las taifas del suroeste y consiguiendo una prosperidad sin precedentes en un Al-Andalus dividido económica y militarmente. Incluso, absorbió a la taifa yahwarí de Kortuba (Córdoba), creada en 1031. Pero, a pesar del poder adquirido por la taifa sevillana, su tercer y último rey, al-Mu’tamid (1069-1091), no pudo dejar de pagar las parias al, ya para estas fechas constituido, reino de Castilla.


LA TAIFA HÛDI

En la Marca Superior, Mundir I, del linaje de los tuyibíes, declaró la independencia del reino de Saraqusta en 1018, pero en 1039, Sulayman ibn Hûd, también de origen árabe y a la sazón rey de la taifa independiente de Larida desde 1031, se apoderó de Saraqusta, convirtiendo a la taifa saraqustí en un extenso reino -la taifa hûdí- que abarcaba el valle del Ebro, Saraqusta, Larida, Weschka, al-Tutili, Kalat al-Ayub y parte de Balanshija (Valencia). Los hudíes gobernaron durante casi setenta años.


TOLAITOLA, BATALJUS, KARMUNA Y GHARNATA

De entre las taifas gobernadas por jefes militares de origen bereber, destacan la de los dûl-nuníes de Tolaitola (Toledo) o la de los aftasíes de Bataljus (Badajoz), a la que sus continuas hostilidades con la taifa de Ishbilija debilitaron tanto que la hicieron blanco fácil de los castellanos y hubieron de soportar importantes pagos de tributos. En Karmuna (Carmona) se constituyó una taifa independiente que fue gobernada por los birzalíes, también en lucha encarnizada con los abbadíes de Ishbilija. Los ziríes de Gharnata (Granada) también fueron de origen bereber.


AL-MURSIJA, AL-MARIJA, BALANSHIJA, DANNIJA Y MAYURKA

Las taifas eslavonas fueron el tercero de los grupos de reinos independientes que se constituyeron al producirse la decadencia del califato. Los eslavones se establecieron en los bordes orientales de Al-Andalus y en las islas Baleares. Así, Jayrân, un hábil jefe guerrero eslavón, se apoderó de Mursija (Murcia) tras abandonar Kortuba a causa de los disturbios de 1009 y eligió como capital a la ciudad de al-Marija (Almería). Tras su muerte, acaecida en 1028, su sucesor, Zuhayr, extendió sus posesiones hasta los confines de Kortuba y Tolaitola, y hasta Shatiba (Játiva) y Bayyasa (Baeza). Luego atacó Gharnata, pero fue derrotado y muerto en 1038. Entonces, su reino pasó a manos de Abd al-Aziz, (hijo de Sanchuelo y nieto, por tanto, de Almanzor) que se había refugiado en Balanshija y había formado un reino independiente en 1022. En 1041, Abd al-Aziz nombró gobernador de al-Marija a su cuñado Ma’n ibn Muhammad, quien proclamó la independencia de al-Marija en 1044 e inició un período de gobierno bajo la dinastía de los Banu Sumadih, de origen yemení.


Pero el más ilustre de los reyezuelos eslavones fue Muyahid al-Amiri, eslavo muy arabizado y muy afecto a Almanzor, quien creó en 1010 la taifa de Daniyya (Denia). Con una buena flota marítima de aproximadamente ciento veinte barcos, en el año 1015 la taifa de Daniyya se hizo con las Baleares y, desde allí, se apoderó también de Cerdeña, isla en la que sólo consiguió permanecer un año. Muy a menudo se enfrentó con sus vecinos de Balanshija y de al-Marija y mantuvo excelentes relaciones con los condes de Barcelona, hasta que en el año 1076, fue conquistada por Al-Muqtadir y anexionada a la taifa de Saraqusta. Sin embargo, las Baleares conservaron su independencia, creando la taifa de Mayurka (Mallorca) en el mismo año 1076, hasta que en 1116 fue ocupada por los almorávides.


En definitiva, las taifas más poderosas fueron absorbiendo a otros territorios más débiles, pero no se volvió a producir una unión andalusí, que en aquella época de finales de siglo XI parecía ya algo quimérico.


LOS REYES CRISTIANOS

El prestigio de Al-Andalus y su esplendor militar se habían eclipsado y dejado de deslumbrar a los reinos cristianos, que desde mediados de siglo habían puesto en marcha los mecanismos para la reconquista de unos territorios perdidos casi cuatro siglos atrás. Fernando I, hijo de Sancho el Mayor y rey de Castilla y de León, se apoderó de varias fortalezas obligándoles a pagar las parias y en 1064 tomó la ciudad de Kulūmriyya (Coimbra).


Su hijo y sucesor en el reino de León, Alfonso VI, supo sacar partido de las querellas de los reyes musulmanes y en 1085 entró pacíficamente en Toledo, taifa de la que desde hacía tiempo era su protector, convirtiéndose así en el primer monarca cristiano en anexionarse una provincia entera de Al-Andalus. Allí vivía una importante población de cristianos (mozárabes) y de judíos; los musulmanes que permanecieron en la ciudad (mudéjares) tuvieron que pagar el pertinente impuesto de capitación.


La presión cada vez mayor que el rey don Alfonso VI de León ejercía sobre las fortalezas enclavadas entre el reino de Toledo y la taifa de Ishbilija, a las que pedía su rendición a cambio de dejar de pagar las parias, llevó a los reyezuelos de Ishbilija, Bataljus y Gharnata a solicitar ayuda al sultán almorávide Yusuf Ibn Tasfin, el cual no se pudo negar a prestársela.












jueves, 7 de abril de 2011

CARLOMAGNO




PIPINO EL BREVE (751-768)


Fiel a la tradición, Carlos Martel había hecho el reparto del reino entre sus dos hijos. Carlomán (el más mayor de sus hijos) heredó el cargo de maior domus de Austrasia, mientras que Pipino, el más joven, heredó el de Neustria. Ambos se vieron, desde el inicio, envueltos en varias guerras, pero al final consiguieron restablecer la unidad del reino. Con la ayuda del obispo San Bonifacio, acometieron la reforma de la Iglesia franca y convocaron dos concilios.


Como la unidad del reino estaba directamente conectada a la persona del monarca (cargo que, en aquel momento, se hallaba vacante), Carlomán decidió elevar al trono al merovingio Childerico en el año 743. Pero en 747, Carlomán se retiró a un monasterio y Pipino vio el camino libre para la destitución de Childerico III. Contando con el apoyo del Papa Zacarías I, el puesto de Childerico se declaró vacante.


Pipino, que pasaría a la historia con el sobrenombre de el Breve, tal vez por su baja estatura, fue coronado rey en el año 751 en la ciudad de Soissons y, lo más importante de todo, es que fue ungido por el obispo Bonifacio. Esto último le otorgaba legitimidad absoluta.


Pipino el Breve (751-768) fue, por consiguiente, el fundador de la dinastía carolingia.


Entre los francos, a partir de este momento, creció el sentimiento de que el reino debía la autoridad a Dios. No en vano, habían sido los propios carolingios quienes habían librado al mundo cristiano de los sarracenos. La cooperación de la Iglesia en el traspaso del poder a los carolingios acrecentó la importancia de la dinastía y los dos Estados, el Pontificio y el Carolingio, se convirtieron en los auténticos adalides del catolicismo.


La importancia que cobraría Pipino el Breve ante la Iglesia fue indiscutible. El rey franco recibió el título de Patricius, el mismo que recibía antiguamente el representante del Imperio Bizantino en Italia, y le fue asignada la tarea de proteger los privilegios de la Santa Sede.


Pipino consiguió que los lombardos devolvieran a la Iglesia los territorios de la Italia central que aquéllos habían ocupado de manera ilegal, logró expulsar a los musulmanes de la Septimania, sofocó varias revueltas en Aquitania y, además, continuó con las reformas eclesiásticas dentro del reino, reformando también la legislación.


Murió en el año 768 y logró preservar un reino (el que en su día creara Clodoveo I) de la destrucción que lo había estado amenazando sin cesar.


CAROLUS REX (771-814)


Carlos, o Carolus, nació en 742 y murió en 814. 


Fue hijo de Pipino el Breve y tuvo un hermano menor que se llamó también Carlomán, como su tío. Dos años después de que Pipino fuese reconocido rey de los francos por la Santa Sede, el Papa Esteban III, sucesor de Zacarías I, cruzó los Alpes y se allegó hasta la corte de los francos para ungir a su rey con los óleos sagrados. Pero no sólo lo ungió a él, sino también a sus dos hijos, Carlos y Carlomán.


El Papa les dio a los francos un precepto, cuyo incumplimiento podría acarrear las más graves penas espirituales. Tal precepto consistía en que nunca deberían escoger a sus reyes de otra familia que no fuera la carolingia. Quedó así, por acto solemne del sumo Pontícipe, establecida una nueva dinastía para el reino de los francos: la de Pipino de Heristal, de los Arnulfo, distinta, por tanto, de la dinastía merovingia que había estado dominando el reino. Aquél era el año 754.


Durante sus primeros años, Carlos acompañó a su padre en las diferentes campañas para aprender las artes de la guerra, lo que contribuyó a crear en torno suyo un halo de héroe popular antes, incluso, de que se convirtiera en rey.


Pipino, antes de morir, pudo hacer la pertinente repartición del reino, de la cual a Carlos le correspondió Austrasia, la mayor parte de Neustria y Aquitania, excepto la zona sureste. Las posesiones del mayor de los hermanos rodeaban literalmente a las del menor, lo cual provocó que las relaciones entre los dos hermanos fuesen tensas desde el principio.

 

De hecho, Carlomán aprovechó una revuelta en la Aquitania para traicionar a su propio hermano no interviniendo en la misma para sofocarla, como tenía que haber hecho según las costumbres. Esto le hizo comprender a Carlos los malos sentimientos que hacia él tenía Carlomán.


En 771, Carlomán murió y, a pesar de tener dos hijos, éstos no tenían ningún derecho, según la ley franca de sucesión, para obtener el trono.


Carlos se convirtió así en el rey de los francos. Como había heredado de su padre el título de patricius romanus, tenía la obligación de proteger a la Santa Sede, cuyo principal enemigo era el Estado lombardo del norte. Su principal tarea era proteger al reino de los pueblos paganos (como los sajones, que por el norte no paraban de realizar incursiones en tierras francas) y también proteger a Roma, con lo que sus principales enemigos fueron, para esta época, los sajones y los lombardos.

 

En 772 llevó a cabo una campaña contra territorio sajón, que se saldó con una gran victoria. Y en la primavera de 773 reunió toda su fuerza militar para cruzar los Alpes e invadir Lombardía, pudiendo tomar la capital, Pavía, en junio de 774.

 

Pero antes de tomar la capital, Carlos acudió a Roma (Pascua de 774) y, allí, fue recibido con la mayor de las dignidades posibles y aclamado imperator por las propias milicias romanas. Su coronación como Emperador no ocurriría hasta el año 800, pero allí se pasó siete días dialogando con el Papa y, sin duda, se establecieron las líneas maestras de la posterior política de colaboración entre la Santa Sede y el regnum Francorum.


Las luchas contra los sajones, no obstante, no cesaron y, todas ellas (dieciocho) estuvieron revestidas de Cruzada cristiana contra las costumbres y cultos paganos.

 

Nuevamente, en Lombardía tuvieron lugar unos sucesos que atrajeron hacia allí la atención de Carlos. En 776 volvió a atravesar los Alpes y, después de derrotar a los tropas hostiles, estableció guarniciones militares en las ciudades reconquistadas, dejando como gobernadores de las mismas a una serie de condes o comites.


A continuación, y como consecuencia de una revuelta musulmana producida en la ciudad de Saraqusta (Zaragoza), Carlos intervino en Al-Andalus, una intervención que acabó en el desastre de Roncesvalles y que supondría el inicio de la creación de una serie de condados dependientes del reino franco de aspecto claramente defensivo.


Tras esto, Carlos redobló sus esfuerzos en sus luchas sin cuartel contra los sajones, a los cuales consiguió finalmente dominar haciendo que su caudillo recibiera el bautismo en 785.


Nuevas revueltas en Baviera, en Turingia y, de nuevo, en Lombardía lo tuvieron bastante ocupado.


A continuación les tocó el turno a los ávaros, de los que Carlos ocupó sus territorios y pudo capturar el famoso Anillo de los nueve círculos.


IMPERATOR

La fama militar y el acercamiento de Carlos a la Iglesia, que se revelaba incluso en su participación en discusiones dogmáticas, le habían llevado, en los últimos años del siglo VIII, a granjearse el título oficioso de Emperador de Occidente. 

En 795 murió el Papa Adriano I, por quien Carlos sentía una grandísima estima, y su sucesor, León III le notificó a Carlos su propia elección. Pero el nuevo Papa tenía enemigos en Roma, los cuales habían hecho circular informes muy negativos sobre su anterior vida. El Papa escapó y acudió a Paderborn, en el oeste de la actual Alemania, donde se hallaba el rey. Escoltado por las fuerzas del rey Carlos, León III regresó a Roma, y ya ninguno de sus enemigos se atrevió a tocarlo. Esto ocurrió en el año 799.

A finales del año siguiente, el rey Carlos entró nuevamente en Roma, esta vez con el Papa, que había salido a su encuentro. Realizaron un sínodo y se declararon falsos los cargos que aún quedaban contra León III. León, por su parte, hizo un juramento público en el que se declaraba inocente.

Dos días después, en la Navidad de 800, el Papa celebró una misa pontificia a la que asistió Carlos, y cuando éste se arrodillaba delante del altar mayor, bajo el que se hallaban los cuerpos de San Pedro y San Pablo, el Papa se le acercó y le colocó sobre la cabeza la corona imperial, pronunciando las siguientes palabras:

Por medio de este acto pontificio, el Imperio romano, extinguido en el año 476 d.C. por la deposición de Rómulo Augústulo, fue restaurado.


"Carolo, piisimo Augusto a Deo coronato, pacificio magno et pacificio Imperatori, vita et victoria".


El Emperador Carlos, como principal gobernante de Occidente, y portador también del título de Patricio Romano, se convirtió en el protector supremo de la Iglesia Católica en Occidente.


***


LA BATALLA DE RONCESVALLES (778 d.C.)

En época del emir andalusí Abderramán I, los musulmanes tenían la península Ibérica dividida en Marcas (at-Tagr), las cuales protegían a Al-Andalus de las zonas más próximas a los reinos cristianos del norte.

Estas Marcas, no obstante, tenían unos límites fronterizos poco precisos. Los valles de los ríos Duero y Ebro constituían, más o menos, los límites de demarcación.

Existían tres Marcas, según los cronistas árabes de la época: Superior, Media e Inferior. La Marca Superior, la más alejada de Kortuba, comprendía los territorios de Turtusha (Tortosa), Tarrakuna (Tarragona), Larida (Lérida), Weschka (Huesca), Al-Tutili (Tudela), Kalat al-Ayub (Calatayud) y Saraqusta (Zaragoza), siendo ésta última la capital de toda la Marca.

La población de la Marca Superior estaba formada por árabes sirios (qaysíes), bereberes y pobladores autóctonos, dentro de los cuales habían muladíes, mozárabes y judíos.

También se estableció allí un importante contingente de yemeníes, que desde los tiempos de Mahoma se hallaban enfrentados a los árabes del norte o qaysíes. Los primeros gobernadores de la Marca Superior fueron de origen yemení, lo cual explica el porqué de las continuas revueltas contra el poder central de Kortuba, siempre gobernado por árabes del norte.

En 750, Saraqusta, que estaba dominada por yemeníes, fue ocupada por un grupo de qaysíes liderados por un tal Yusuf al-Sumayl. El descontento de los gobernadores yemeníes, que se vieron de repente humillados, fue de tal dimensión que se aliaron con el también yemení Sulayman ibn Yaqzan al-Arabí, gobernador de la frontera superior, quien, en representación de las ciudades de Barshaluna (Barcelona), Gerunda (Gerona) y Weschka, tenía el firme propósito de solicitar ayuda al rey Carlos para rebelarse contra el emir de Córdoba.

En 777, Sulayman visitó a Carlos, que se hallaba en su palacio de Paderborn, y le rindió homenaje a cambio de recibir su protección. Prometió al rey cristiano un ejército de bereberes a sus órdenes para ayudar a tomar Saraqusta.

Sin embargo, Abderramán I logró entablar negociaciones con Husayn ibn Yahya, un traidor de la causa de Sulayman, a cambio de la promesa de investirle gobernador de Zaragoza.

En la primavera de 778, dos ejércitos del rey Carlos atravesaron los Pirineos.

Uno lo hizo por la parte oriental; el otro, comandado por el propio Carlos, a través de los pasos montañosos que llevaban hasta Pompaelo (Pamplona). Al llegar a esta ciudad la sitió y la hizo capitular, a pesar de la dura resistencia que opusieron los fieros vascones, dueños de la ciudad. Otras ciudades de la parte oriental de los Pirineos también cayeron. A continuación, los ejércitos cristianos se reunieron a las afueras de Saraqusta y la sitiaron, pero Saraqusta no cayó. Sulayman ibn al-Arabi fue asesinado por un emisario de Husayn y no pudo prestar la ayuda prometida. Carlos, al ver que aquello se complicaba innecesariamente, y teniendo en la mente otra preocupación, como era una nueva incursión sajona, decidió dar media vuelta y retornar a su reino.

A la altura del paso pirenaico de Roncesvalles, los indomables vascones cayeron sobre ellos destrozando su retaguardia e infligiéndoles algunas bajas famosas, como la de Roldán, sobrino del propio rey Carlos, que sirvió de inspiración para componer uno de los cantares de gesta más famosos de todos los tiempos: el Cantar de Roldán, escrito a finales del XI por Turoldo, un monje normando.